Varios jóvenes durante el campamento que los centros Rumbos organizan para profundizar en la educación emocional, en los que aprenden a gestionar las emociones, tener autoestima y poder hablar de cómo se siente uno. EFE/Rumbos

La clave de educar las emociones: “Es utópico, pero podría no haber cárceles”

Eva Ruiz Verde I Sevilla, (EFE).- Entender desde pequeños que todas las emociones son válidas, aprender a gestionarlas, tener autoestima y poder hablar de cómo se siente uno. “Es utópico, pero si esto ocurriera no harían falta las cárceles”, asegura a EFE la psicóloga Sara Sayago, experta en educar emociones.

Lleva mas de diez años trabajando con personas de todas las edades en sus procesos para “sentirse mejor y crecer personalmente”, y lo hace junto a sus compañeros terapeutas y educadores de Rumbos, cooperativa andaluza surgida en 2012 y pionera en la formación de docentes.

Sayago, impulsora de la Asociación Española de Educación Emocional (ASEDEM), sostiene que “normalizar los estados emocionales hablando de ellos es absolutamente liberador” e insiste en “lo importante que es estar trabajado a este nivel, tener una buena salud mental y acostumbrarse a que sentirse mal es algo que le pasa a todo el mundo de vez en cuando”.

Asegura que todo esto “cambia radicalmente la película en la que se vive” y está convencida de que, si todo el mundo se criara en educar emociones, no harían falta las cárceles. “Podrían existir hospitales psiquiátricos, porque es irremediable la enfermedad mental por daño neurológico, pero se reduciría radicalmente el número tan elevado de patologías mentales que va al alza”.

Añade que muchas enfermedades desaparecerían y que daría lugar a “un mundo mejor”.

Psicología, educación y formación

“Que a mí se me cuelen en un supermercado no me dolería tanto, o sería capaz, de una manera empática y sin alterarme demasiado, de decirle al otro que por qué se me ha colado o simplemente entender que tiene un mal día o más prisa que yo, y le dejaría pasar sin que eso provoque un estado ansioso en mí”, pone como ejemplo.

Se trata de darse cuenta de que “lo que me molesta del otro tiene que ver conmigo y no con él” -sostiene- y de mantener un proceso de autoconocimiento. “Si yo me conozco a mí mismo tendré mucha más capacidad de dialogar y entenderé qué me viene bien”, opina.

En los centros tienen grupos semanales de educar emociones con alumnos de 7 a 17 años, con los que trabajan “de manera transversal y continua, gotita a gotita para que vaya calando y aprendan cosas como a comunicarse de cierta manera, poner límites, decir no y respetarse a uno mismo”.

Con tres “pilares” como psicología, educación y formación, este método crea un “contexto de red y seguridad” en el que los jóvenes “empiezan a poder comportarse de otro modo y a descubrirse en facetas que ni ellos mismos sabían que tenían”, explica Sayago.

“Cuando escuchan a un compañero contar un problema de repente conectan con su sensibilidad, con su propio problema y también lo cuentan, sintiendo menos vergüenza porque ven que está compartido por otras personas”, detalla la psicóloga.

Si se trata de un grupo tranquilo las sesiones comienzan con juegos y si es más activo con mindfulness, relajación y meditación, además de asambleas “para que aprendan a pararse y ver cómo están”.

La identidad y la manera de ser

El curso empieza trabajando la cohesión grupal y la confianza, hablando de sus familias y de ellos mismos, tras lo que viene una labor “más personal, empleando el juego y retomando el contacto visual, físico, la risa…. todo con un enfoque terapéutico” e incidiendo en “aprender a comunicarse”.

“Es muy bonito, porque niños que llegan diciendo a otro ‘eres tonto’ pasan a ‘es que yo me siento así cuando me hablas de esta manera'”, precisa la psicóloga, que considera “brutal” cómo aprenden a educar emociones.

Tras un último trimestre dedicado a la identidad y a entender “por qué son de una manera” y “con qué rasgos de su carácter se identifican y cuáles no se permiten”, el año finaliza con un campamento de varios días, la “guinda final” para los jóvenes que sirve “para lo mismo pero de manera intensiva”.

“Allí desconectan de los móviles, se desintoxican de la relación con sus padres, se dan cuenta de lo que necesitan y viven cosas que les hacen llegar a límites que en el día a día no alcanzan porque se evaden jugando a la play o comiendo chocolate. Aquí no se pueden escapar del trabajo personal”, relata.

“Si interesara ya se habría hecho”

Preguntada sobre por qué no se incluye este tipo de educación en los planes formativos obligatorios, Sayago es contundente: “No interesa, porque si interesara ya se habría hecho”.

“No se hace porque a la gente que manda no le interesa tener una población con estabilidad, porque es mucho más manejable una población estresada y con miedo”, lamenta la educadora, que se confiesa “bastante pesimista” de cara al futuro en este sentido.

A su juicio si hubiera voluntad cambiar las cosas sería “muy sencillo” y pasaría por “contratar más profesorado, pagarle mejor, tener menos horas lectivas, más horas formativas, menos personas en las clases, especialmente en las de niños con necesidades especiales….”, enumera. EFE