olivares afectados por lodos tóxicos procedentes de la rotura del muro de contención en las Minas de Aznalcóllar. EFE/Eduardo Abad/svb/Archivo.

Miguel Ferrer (CSIC):El día del vertido de Aznalcóllar la gente se movía pero nadie decidía

Diego Tavero I Sevilla, (EFE).- Cuando el 25 de abril de 1998 llegó a una zona visible del vertido tóxico procedente de la mina de Aznalcóllar, el entonces responsable de la Estación Biológica de Doñana (CSIC), Miguel Ferrer, solo vio a su alrededor “un montón de personas moviéndose de un lado a otro, todos con cara de aturdidos y nadie con ganas de tomar decisiones”.

Aparcó su moto en la zona una hora después de haber recibido una llamada en su teléfono móvil. “Uno de esos móviles que en aquel entonces era más bien un zapatófono”. Donde le informaron de que se había roto la presa de Aznalcóllar. Y que, según las primeras estimaciones, había vertido unos cinco hectómetros cúbicos de lodos.

El salto de los peces del agua a los muros

“Yo en ese momento no tenía ni idea de qué cantidad de contaminantes supondrían”, ha explicado en una entrevista a EFE Miguel Ferrer. Veinticinco años después de que tras esta llamada telefónica a las cinco de la madrugada le dijera a su mujer que volvería en un rato “porque había un problema grave en Doñana”. Y volvió a verla quince días después.

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Imagen actual dela mina de Azanlcollar cuando se cumple el 25 aniversario del vertido tóxico. EFE /José Manuel Vidal

Comprobó que el lodo estaba llegando al principio de Entremuros. Una franja de terreno de marisma de 13 kilómetros de longitud y uno de anchura que se levantaron en los años 50 para desviar el río Guadiamar para evitar inundaciones. Pero la velocidad del vertido “disminuía mucho” porque el cauce se había ampliado “y ahí se depositaban los últimos lodos”.

La parte más pesada se quedaba ahí pero el agua ácida “continuaba hacia abajo con metales disueltos”, recuerda el responsable de la Estación Biológica de Doñana. Le impactó una imagen que nunca olvidará. “Los peces saltaban desde el agua hacia los muros y se movían hasta morirse”, algo que en ese momento no supo a qué se debía.

La explicación era que el Ph del agua en el que nadaban era de 2,5, lo que venía a ser equiparable “al de la batería de una moto”. Y los peces “preferían morir asfixiados que abrasados por el ácido”. Por lo que resultaba “dantesco” comprobar cómo “toneladas” de peces se retorcían dando coletazos en los caminos adyacentes al río.

Ningún plan de contingencia

“Al final todo era muy grave y no había ningún plan previsto, no había ningún plan de contingencia para que, en el caso de que esto ocurriera, saber qué había que hacer”, ha evocado Ferrer.

Ante una situación imprevista apareció la figura de los arroceros. Sin los que “no habríamos podido” taponar el vertido, según Ferrer. Recuerda que se pudo crear un muro de contención para pararlo en Entremuros, y sus máquinas fueron clave, al ponerse a disposición de las autoridades.

Desde el punto de vista de la gestión de la catástrofe, construir el muro era “lo más inteligente y urgente”. Porque estaba “bastante claro” desde el primer momento que cuando hay un incidente de contaminación la primera medida es limitar la zona afectada. “Porque después hay que limpiarla y cuanto menos se manche mucho mejor”.

“Al parecer, en el caso del vertido del Prestige no lo tuvieron en cuenta”. Destaca Ferrer de un desastre medioambiental de años después en el que se liberaron 79.000 metros cúbicos de contaminantes.

El científico no se olvidó de su papel y en un primer momento decidió también tomar muestras del suelo, del agua y de la vegetación que para tener “un punto de referencia al que volver tras una futura limpieza”. Porque, de lo contrario, estaba seguro de que se iban a producir “discusiones” sobre el grado de contaminación.

Dos administraciones de distinto signo político

El 25 de abril de 1998, el Parque Nacional de Doñana no estaba transferido a la Junta de Andalucía, por lo que seguía en manos del Estado -con un gobierno del PP- mientras que el Parque Natural, mucho más grande, lo gestionaba la Junta de Andalucía -PSOE-. “Y para colmo, el CSIC en medio pero dependiendo de otro Ministerio”, declara Ferrer.

“Era un cóctel importante de competencias y los partidos políticos eran los opuestos”, destaca con cierto escalofrío Ferrer. Para quien la reacción de las administraciones “básicamente fue: aquí no ha pasado nada y si ha pasado algo ha sido poca cosa y ha sido culpa del otro”. Un contexto que “no era el más adecuado para remangarse y empezar a trabajar”.

Los primeros días de la catástrofe se caracterizaron por el “desencuentro notable” entre ambas administraciones, que “perjudicó el inicio en serio de las actuaciones de limpieza”, según confiesa el científico. Quien no obstante, destaca la creación del comité de coordinación entre administraciones para que “las cosas empezaran a funcionar”.

En poco tiempo el CSIC se convirtió en el órgano de referencia para describir lo que había ocurrido. Y para realizar las sugerencias de cómo había que arreglarlo pero los primeros momentos “fueron terriblemente confusos”.

No tiene duda de que la catástrofe “se veía venir” como lo prueba que el CSIC llevaba más de quince años trasladando informes a la administración donde se ponían de manifiesto datos como un “goteo continuo” de contaminantes procedentes de la mina de Aznalcóllar a través de río Agrio. Algo que ponía de manifiesto que “hermética no era”.

Luces y sombras en las medidas

“Advertimos de la situación mucho antes de que ocurriera e insistimos en la necesidad de controlar ese riesgo potencial para Doñana y al menos en la necesidad de tener elaborado un plan de emergencia por si acaso ocurría una pérdida de parte del contenido de la balsa, cosa que nunca se hizo”, ha lamentado Miguel Ferrer.

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Vista aerea de la rotura de la balsa que provocó el vertido tóxico en la Mina de Aznalcóllar en 1998. EFE/Archivo.

Al científico le duele que “siempre se negara el riesgo”. Y que desde la administración competente se negara a hacer un plan de prevención. Porque cuando ocurrió la catástrofe “no teníamos ninguna idea preconcebida ni preparada para saber cómo actuar en semejante caso”.

Ante una catástrofe “tan bestial”, donde se liberaron cinco millones de metros de cúbicos de residuos, se pusieron en marcha medidas en las que hubo “luces y sombras”. Pero sobre la que se debe tener en cuenta que los que estuvieron allí desde el principio tenían difícil imaginar “que pudiera ocurrir semejante catástrofe”.

“La mayor catástrofe de contaminación en suelo europeo que jamás hayamos visto pero tengo que reconocer que también fueron bestiales los tres años de labores de limpieza. Así que el resultado final no ha sido del todo malo, sobre todo cuando uno ha estado allí desde el principio”, subraya Miguel Ferrer.

El vertido de Aznalcóllar cambió la permisividad

Al final, considera que la catástrofe de Aznalcóllar ha sido “un ejemplo de lo que no hay que hacer lo que ocurrió antes y un ejemplo de cómo reaccionar lo que hicimos después”. Pero las consecuencias han sido positivas porque ya no se puede hacer una explotación de la mina como la que tenía Boliden en aquella época.

La ley cambió a raíz del vertido y ahora sería necesario hacer un depósito previo para cubrir posibles accidentes que en ese momento no existía. Y la definición de suelos contaminados también ha sido modificado a nivel europeo, por lo que el vertido de Aznalcóllar tuvo consecuencias también internacionales.

Miguel Ferrer, que recuerda que toda franja pirítica que va desde Sevilla hasta Portugal, donde hay muchas balsas que “podrían darnos sustos entre importantes y muy importantes”. Mira hacia atrás para mostrarse seguro de que se actuó de manera correcta, aunque de haber sabido lo que iba a ocurrir “habría insistido aún más” en la prevención.

“Pero lo que hicimos no cambiaría nada. Creo que la respuesta fue muy buena”, sentencia Ferrer. Quien recuerda que a los tres años del desastre “la presión disminuyó bastante” y las asignaturas pendientes quedaron, como el de las pequeñas filtraciones a través del río Agrio, “que tenía solución ingeniería sencilla. Es una pena que no rematáramos la tarea”.

El ingente trabajo de retirar 20 centímetros de suelo de 6.000 hectáreas afectadas y acumularlo en otro lugar fue un obra “faraónica”. Y un ejemplo de “cómo responder en una situación como esta”. Pero de eso hace ya 25 años y de la misma forma que el móvil de Ferrer ya no es el mismo. La permisividad con el medio ambiente tampoco lo es desde que se produjo el vertido de las minas de Aznalcóllar. EFE