Idaira Pacheco (La Orotava, 1990) es investigadora posdoctoral en la Universidad de Kioto (Japón), y ha vivido el sacrificio, la soledad y la espera como científica, una profesión muy romantizada en la que asegura haber tenido suerte, tras ver como muchos de los suyos no han podido continuar su mismo camino. Como tantas otras mujeres dedicadas a la ciencia, la doctora en química analítica no termina de asimilar sus logros, al tiempo que dice generarle estrés su trayectoria y futuro, de forma que simpatiza con el síndrome de la impostora. Idaira Pacheco ejerce su periodo posdoctoral en el Institute for Integrated Cell-Material Sciences, en la Universidad de Kioto (Japón), en donde trabaja con materiales ligeros para la detección de contaminantes como los fármacos, conservantes o los filtros ultravioletas. En la imagen tomada en Kioto, la investigadora en su laboratorio. EFE/ Idaira Pacheco SOLO USO EDITORIAL/SOLO DISPONIBLE PARA ILUSTRAR LA NOTICIA QUE ACOMPAÑA (CRÉDITO OBLIGATORIO)

Investigar en el extranjero: inflación, presión y soledad

Carla Domínguez

Santa Cruz de Tenerife, (EFE).- Idaira Pacheco (La Orotava, 1990) es investigadora posdoctoral en la Universidad de Kioto (Japón), y ha vivido el sacrificio, la soledad y la espera como científica, una profesión “muy romantizada” en la que asegura haber tenido “suerte”, tras ver como muchos de los suyos no han podido continuar su mismo camino.

Como tantas otras mujeres dedicadas a la ciencia, la doctora en química analítica no termina de asimilar sus logros, al tiempo que dice “generarle estrés” su trayectoria y futuro, de forma que simpatiza con el síndrome de la impostora.

Idaira Pacheco ejerce su periodo posdoctoral en el Institute for Integrated Cell-Material Sciences, en la Universidad de Kioto (Japón), en donde trabaja con “materiales ligeros” para la detección de contaminantes como los fármacos, conservantes o los filtros ultravioletas.

En la actualidad, la piedra filosofal del grupo investigador de Shuhei Furukawa encuentra su base en los geles, para obtener un material de análisis dúctil y poroso que cumple con el principal deseo del equipo científico: conseguir, a través de la ligereza, la precisión.

El grupo en el que trabaja Pacheco es internacional y transversal, lo que significa que, además de haber presencia europea, asiática y americana en el laboratorio, cuenta con la aportación de estudiantes de grado, máster y de nivel posdoctoral.

Para la tinerfeña, el grupo de Shuhei Furukawa vive separado de la extenuación y el machismo que aún perviven en el sistema científico nipón, “una suerte” gracias a que su jefe es un japonés “muy europeo”.

“Otras compañeras, extranjeras, han sufrido machismo en el laboratorio. No han tomado en serio sus propuestas”, asevera la científica, que añade cómo en su instituto “de entre los 14 grupos de investigación que existen, solo hay una mujer que es jefa de grupo”.

La científica dice que “están intentando cambiar esta cultura a través de la creación de plazas exclusivas”, pero las científicas que acceden a ellas confiesan “sentirse mal” porque “piensan que están ahí por su sexo”.

Otra de las “fortunas” de Idaira en el país asiático ha sido la jornada laboral, “en donde no sufre exigencias ni trabaja más de las horas establecidas por contrato”, sin embargo, conoce experiencias de grupos investigadores que trabajan hasta 15 horas al día.

Idaira cuenta “el prestigio” de su profesión en Japón, pero siente que esta percepción social e institucional tiene su embrión en el factor económico, que, como es natural, promueve ingentes contratos posdoctorales y garantías para la financiación de proyectos.

La cultura científica japonesa también presume de ética. La tinerfeña, que en 2018 investigó en una universidad estadounidense, cuenta como el primer curso que realizó allí versó sobre acoso sexual, un hecho que “contrasta” con la formación en ética de la investigación que ejerció una vez llegó a Japón.

A pesar de las cortapisas, la exacerbada disciplina y la soledad del país asiático, que “le han pasado factura” e inducido el abandono de su carrera, la doctora valora que no exista la burocracia que radica en España: “yo solo investigo, no relleno ni papeles ni facturas”.

Idaira Pacheco cogió un vuelo a Japón sin billete de vuelta en julio de 2021. Su futuro es “incierto”, y su profesión, asegura, “una carrera de relevos”, con la diferencia de que el próximo en relevarla siempre será ella misma.

Su pasaporte para Asia fue la beca de la Japan Society for the Promotion of Science (JSPS), un contrato posdoctoral de 2 años al que renunció nada más llegar, “al pensar que con la ayuda española Margarita Salas, cobraría más”: 3.500 euros brutos al mes.

Para apreciar el contraste del contrato de un investigador español, en territorio nacional, con la de un investigador también español, en el extranjero, Idaira ejemplifica que “mientras una compañera, también en periodo posdoctoral, en Mallorca cobra 1.600 euros, ella, con la oferta japonesa, ganaba 3.000”.

Con la asignación japonesa, íntegra, cubría los gastos básicos y secundarios; sin embargo, una vez recibió la española, una remuneración superior, se aplicaba una reducción a razón de los impuestos.

A pesar de la reducción, Idaira se siente agradecida; sin embargo, cuenta como la inflación japonesa también existe y hace mella en su economía.

Cuando hace la compra, una simple manzana le cuesta 4 euros, y en los últimos días de cada mes, confiesa estar “apurada”.

La asignación de la Ayuda Margarita Salas, que te garantiza dos años en el extranjero y uno en España, comenzó a recibirla en enero de 2022, pero pronto renunciará a ella “por currículum”, asegura.

“Cuando acaba tu contrato, estás perdido”, lamenta la científica, que ve como única solución pedir más becas mientras disfrutas de otras, es decir, “siempre pensar a dos años vista”.

Así lo hizo con Margarita Salas en Japón y, ahora, con la beca europea Marie Curie, que la llevará a Holanda (Países Bajos), para investigar con el profesor Helder Almeida Santos en la Universidad de Groningen.

Allí hará uso de la química sintética para diagnosticar, de forma precoz y sin biopsias, la enfermedad de hígado graso no alcohólico (EHGNA). Una enfermedad con una tasa de prevalencia del 25 % sobre la población mundial.

La científica siente temor al cambio, pero lo necesitará porque anhela la estabilización laboral “en casa” que, para ella, recibe dos nombres: las ayudas Ramón y Cajal (RYC) y Juan de la Cierva.

Pacheco advierte sobre “la romantización excesiva de investigar en el extranjero”, al tiempo que comparte lo que la llevó hasta el exterior, que no fue deseo sino la presión.

“En España se ha ido de madre el sistema de publicación”, cuenta la investigadora cuando se le pregunta sobre la suspensión temporal de empleo y sueldo de Rafael Luque, el científico de la Universidad de Córdoba que publicaba en exceso y firmó trabajos con otras instituciones extranjeras.

Para ella, “es en las universidades con pocos recursos en donde vives ahogado, porque no publicas en revistas de prestigio”, una realidad que obliga a visibilizar el trabajo personal más por la cantidad que por la calidad.

La química analítica vive, ahora, una realidad bien distinta, porque “en la Universidad de Kioto, publicar un artículo al año está muy bien” porque publican en “grandes revistas”.

El próximo mes, Idaira y su compañero de trabajo enviarán un artículo que desvelará una innovación del sector de la química analítica a Nature Materials, una extensión especializada de Nature Publishing Group. A partir de ahí, le esperan plazos y revisiones que le confirmarán si se publica o no.

En cualquier caso, a la científica le preocupa “el vacío” de este último año. No tiene artículos publicados y teme que, cuando se evalúe su currículum, no se valore el trabajo invisible y lento, que son elementos claves allí donde hay recursos. EFE