El pianista José Imhof, en su casa de Villaescusa del Bardal. EFE/ Román G. Aguilera.

José Imhof, el pianista que cambió Madrid por el pueblo de las cigüeñas

Villaescusa del Bardal (EFE).- Al pianista José Imhof le sorprendió el estado de alarma en Villaescusa del Bardal, “el pueblo de las cigüeñas”; pasó allí los largos días del confinamiento y decidió que no iba a volver a Madrid. Tres años después sigue en el sur de Cantabria, preparando el estreno en España de un concierto de Philip Glass mientras planea ampliar su escuela de música con residencias de verano.

Tras casi 25 años en Madrid, estudiando, trabajando y dando clase, Imhof vive ahora en la casa que ha pertenecido a su familia durante generaciones. Es un edificio del siglo XVII, situado junto a un mirador desde el que se puede observar la sucesión de nidos de cigüeña que han dado su sobrenombre a Villaescusa, un pueblo con 62 habitantes censados. Aunque parecen aún menos.

En esa casa, que conserva en el patio las piedras del suelo de una torre medieval, pasaba los veranos. Durante años ha ido restaurándola en escapadas de fin de semana, hasta que llegó el confinamiento y “por suerte” le pilló en el pueblo. “Esa pausa forzada, esa obligación que todos tuvimos de quedarnos en casa, me hizo volver a la infancia”, dice a EFE en el estudio que ha creado en la antigua hornera de la casona, donde sus antepasados cocían el pan.

“Dentro del drama fui feliz otra vez de volver a recordar el sonido de la mañana, los pájaros, la tranquilidad… Y decidí que no iba a volver a Madrid, que tenía que buscar la manera de quedarme aquí. Y no es fácil porque en un lugar así no te puedes nutrir del entorno. En Madrid tienes público, aquí tienes que esforzarte más, despertar más la creatividad”, explica.

Al final la experiencia ha dado como resultado más horas de estudio y más conciertos pero menos clases, aunque tiene alumnos todos los días en su estudio y a distancia, de Cantabria y de Madrid.

“Tengo una pasión muy grande por la docencia, quiero dar clases toda mi vida”, afirma, y aclara que aunque sean menos los estudiantes, las clases son más distendidas y más extensas. No hay que ceñirse a la hora exacta. “Todo va muy deprisa y la música clásica no funciona con estrés, necesita calma. La misma calma que experimento yo aquí es lo que quiero transmitir a mis alumnos”, asegura.

El pianista José Imhof, desde una de las ventanas de su casa de Villaescusa del Bardal. EFE/ Román G. Aguilera.

Un abuelo alemán

José Imhof espera tener ya lista en verano el ala de la casona que está restaurando para recibir a estudiantes en un proyecto que combina enseñanza y convivencia, un formato que ya existe en otros puntos de España, pero es mucho más habitual en Francia o Alemania, un país al que está ligado.

Y es que el apellido extranjero que acompaña a su nombre, tan español, lo heredó de un ingeniero alemán de vida aventurera que se marchó a Uruguay pero acabó viviendo en la comarca cántabra de Campoo, casado con su abuela.

Su abuelo alemán, que murió muy joven, tocaba el piano y su viuda conservó el instrumento “como en una cápsula del tiempo”, recuerda. A él le fascinaba tanto de niño que acabó dedicándose a la música.

El camino que eligió le ayudó también a sobrellevar el confinamiento: “Tenía una ocupación fuerte y además tenía una regla: aquí no entraba en pijama, siempre recién duchado y a veces me echaba colonia. Venía a trabajar y podía estar diez horas”.

Cree que en Villaescusa hasta ha cambiado su forma de tocar. “Escucho grabaciones de hace unos años y ahora me gusta más, soy un poco más pausado pero un poco más preciso en el toque. Estoy más convencido del repertorio. Quizá esta calma permite escucharte y saber: quiero tocar esto nada más”, señala.

Philip Glass y los barrocos

Un pilar de ese repertorio es Philip Glass. En su último disco, el segundo, interpreta sus cinco metamorfosis y una colección de estudios y el próximo jueves, 30 de marzo, en el Palacio de Festivales de Cantabria, estrenará en España su tercer concierto para piano y orquesta de cuerdas, junto a la Sinfónica del Cantábrico y bajo la batuta de Paula Sumillera.

La idea viene de lejos. Imhof se lo propuso a Sumillera hace años pero se dieron cuenta de que la pianista Simone Dinnerstein tenía la exclusiva, luego llegó la pandemia y no volvieron a retomar el proyecto hasta diciembre pasado, liberados ya los derechos.

“A mí me transmite felicidad, me transmite calma”, confiesa sobre este concierto de Glass, un compositor “inagotable” que acaba de cumplir 86 años y “no ha parado ni va a parar”. El tercer movimiento está dedicado al finlandés Arvo Pärt y, a su juicio, es “el corazón de la obra”. Con ambos acaba una generación que sigue todavía la línea del siglo XX, apunta el pianista cántabro, en cuyo repertorio “fetiche” conviven minimalismo y barroco.

“Es como esas parejas que son muy distintas uno del otro pero se complementan muy bien”, sostiene sobre esa combinación tan personal que propondrá de nuevo en un concierto en el Cartuja Center de Sevilla el próximo 30 de mayo.

En el silencio de Villaescusa admite que echa de menos poder levantarse una mañana, coger el autobús y disfrutar de un museo o sumergirse en la vida vibrante de la Gran Vía.

En el pueblo, reconoce, “tienes que enfrentarte a veces a que tu deseo de socializar no es posible” y además el invierno es muy largo y muy frío. “Cuando se apaga el día tan pronto se hace duro… Pero luego se agradece la primavera”, concluye.

Lola Camús

El pianista José Imhof tocando el piano en su casa de su casa de Villaescusa del Bardal. EFE/ Román G. Aguilera.