Adrián Arias | Valladolid (EFE).- Todo es niebla en ‘Zinzindurrunkarratz’ hasta que de ella emerge una figura, Paolo, un apacible asno que traza y sigue un camino: la senda a la arqueología del recuerdo que pervive en el cineasta pamplonés Oskar Alegría, que ha presentado esta obra dedicada a la memoria en la 68 Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci).
Una película que “cuenta cosas pequeñas, pero que son de todos”, explica en una entrevista con la Agencia EFE el realizador, que tanto o más que cineasta se considera un “artesano” del séptimo arte que ha esculpido una obra repleta de poesía no exenta de figuras como el oxímoron, como es esta cinta muda llena de sonidos.
Ya el propio nombre de largometraje es una conjunción de onomatopeyas: ‘Zinzin’, una ladera donde sopla el viento; ‘Durrundurrun’, el eco que emite una piedra al caer de una sima; y ‘Kurruzkarratz’, el crujido del cielo, un rayo.
Son estos “ejemplos impronunciables” de los nombres con los que los pastores y campesinos de zonas como el Parque Natural de Urbasa y Andía bautizaban a los accidentes geográficos que conformaban su mundo y que son “tesoros de una toponimia musical”.
Una Super 8 sorda para una película muda
A partir de imágenes mudas y sonidos ciegos, la película, construida a modo de diario, nace de la particular apuesta de Alegría de grabar con la vieja cámara Super 8 de la familia, hasta el punto que la “cabezonería” navarra no le disuadió de su idea a pesar de que la herramienta, que llevaba sin usarse desde los ochenta, ya no fuera capaz de registrar el sonido.
“Hoy en día también se puede grabar con nuevas Super 8, pero es carísimo, a razón de 50 euros tres minutos… imagínate, imposible en este caso”, explica Alegría, que cuenta cómo “milagrosamente” la bovina de la Super 8 familiar “aún corría”, lo que le permitió hacer un cine “muy bonito”.
“Fue un ejercicio de cine a la antigua, un rodaje de contención e incertidumbre, pues con este tipo de cámaras no puede ver lo rodado hasta que no lo revelas”, incide el realizador.
Una cámara de uso doméstico que se popularizó en el mundo en las décadas de los setenta y ochenta que, además, es “perfecta para rodar los gestos perdidos” porque “si hay algo más bonito que la nostalgia es el presente recordado”, reflexiona.
De una aldea navarra a Estados Unidos y Japón
Este camino a los recuerdos cimentado sobre los gestos perdidos y los sonidos sempiternos ha llevado a Oskar y al burro Paolo de su pequeña aldea navarra a certámenes cinematográficos de Estados Unidos o Japón, donde la lírica oculta en sus planos ha cautivado a su público.
No oculta el realizador una realidad que observa en este tipo de producciones personales y alejadas de las grandes pantallas y es la ausencia del público joven, que se están perdiendo, según Alegría, la “magia” y la “atmósfera” que se crea en una sala de cine, especialmente en una película muda donde el menor ruido ambiente pasa a formar parte de la experiencia visual.