Cèsar Martinell, 50 años de la muerte del arquitecto de las “catedrales del vino”

Hèctor Mariñosa

Barcelona (EFE).- El arquitecto catalán Cèsar Martinell creía que los espacios rurales merecían tener, igual que las urbes, edificios que destacaran por su belleza, una idea que plasmó en el medio centenar de construcciones agrarias que proyectó entre 1917 y 1923 y que han pasado a ser conocidas como “las catedrales del vino”.

Este año se cumple medio siglo de la muerte de Martinell (Valls, 1888 – Barcelona, 1973) una efeméride que sin embargo no ha tenido su reflejo en el calendario de conmemoraciones de la Generalitat y que solo se ha recordado en algunas localidades en las que el arquitecto dejó su huella, como las que integran el ciclo “Divendres DiVins”, que marida música con vinos tarraconenses.

Pero Martinell no solo fue un pionero en la forma de construir grandes edificios para cooperativas agrarias, bodegas o molinos, también fue un estudioso de la arquitectura medieval y barroca de Cataluña y un defensor del legado de Antoni Gaudí cuando su figura y sus edificios eran menospreciados en los años 50 y 60, explica a EFE su biógrafa, la doctora en historia del arte Raquel Lacuesta.

Martinell, que fue discípulo de Gaudí y de Domènech i Montaner, aunque su estilo se sitúa ya a caballo entre el modernismo y el novecentismo, experimentó como sus maestros en sus construcciones agrarias y “creó unos edificios inéditos hasta entonces, de amplios espacios con unas cubiertas muy delgadas sostenidas por grandes arcos parabólicos que no necesitaban de contrafuertes laterales para poder sujetarse”, indica Raquel Lacuesta.

Martinell quiso que los edificios agrícolas también se significaran por su belleza

“Esta es la gran aportación de Cèsar Martinell a la arquitectura, el diseño de unas construcciones agrarias, industriales, del vino, del aceite e incluso de cereales, para las que, al igual que sus grandes maestros, tuvo el sentimiento de hacer con su arquitectura unos edificios bellos, aunque fueran agrícolas”.

“Tenía que ser una arquitectura bella de la que se sintieran orgullosos los propietarios, que eran los payeses agrupados en sindicatos agrarios, que pudieron disfrutar de una arquitectura inédita a nivel mundial”, remarca la biógrafa de Martinell, a quien conoció personalmente.

Entre esos edificios destacan las bodegas cooperativas de Gandesa, El Pinell de Brai, Nulles, Falset, Cornudella de Montsant o Rocafort de Queralt, en Tarragona, la de Sant Cugat del Vallès (Barcelona), convertida hoy en día en museo, o la harinera del Sindicato Agrícola de Cervera, en Lleida.

La denominación de “catedrales del vino” a estas sofisticadas bodegas, que utilizó por primera vez el dramaturgo Àngel Guimerà, proviene “de los grandes espacios que se originan con estos arcos equilibrados, dispuestos en forma de diafragma, y también porque Martinell no olvida el aspecto estético de sus obras”, resume Raquel Lacuesta.

“Entre los grandes ventanales en las paredes del que sería el cuerpo principal y que a veces añadía zócalos de piedra, de cerámica o de “trencadís”, todo esto revertía en aumentar la belleza del edificio”, continúa la biógrafa de Martinell.

El material característico de la obra de Martinell fue el ladrillo visto, más económico que la piedra, que solo utilizaba para las fachadas, puertas o zócalos, explica Lacuesta, que precisa que, según la zona en la que trabajaba, se adaptaba a otros materiales, y así usó el tapial en la cooperativa de Palau d’Anglesola y otras zonas de Lleida.

“Estas construcciones agrarias de Martinell -agrega- necesitaban de unos depósitos de agua elevados, elementos que también diseñó con formas sofisticadas desde el punto de vista constructivo, con arcos equilibrados y bóvedas que se elevaban por encima de las cubiertas y que desde el campo competían con los campanarios de los pueblos”.

Un diálogo entre la arquitectura civil agraria y la arquitectura eclesiástica

Raquel Lacuesta apunta que de este modo “era como si establecieran un diálogo entre lo que era una arquitectura civil agraria y la arquitectura eclesiástica que había en estos lugares, y que constituían dos puntos de referencia muy importantes”.

Un avance que hizo también Martinell en estas construcciones fue la disposición de los depósitos, situados siempre en paralelo y construidos de hormigón, cilíndricos o cuadrangulares, que estaban elevados sobre unas bóvedas de crucería tabicadas, fabricadas con ladrillo visto, lo que facilitaba la aireación, la limpieza y el vaciado de estas cubas.

En 1974, un año después de su muerte, el archivo profesional del arquitecto fue donado por su hija, Maria Martinell, al Colegio de Arquitectos de Cataluña (COAC), una documentación formada por 316 expedientes y 533 dibujos realizados entre 1918 y 1961.

Andreu Carrascal, responsable del archivo histórico del COAC, ha explicado a EFE que Martinell se guió claramente por la funcionalidad y que la altura de sus edificios se justificaba en que los vapores que genera la creación del vino no fueran perjudiciales, mientras la denominación de “catedrales del vino” fue un añadido posterior por el hecho de que “realmente parecen como unas catedrales civiles”.

Cesar Martinell, que se dedicó también a restaurar iglesias y campanarios y proyectó otros edificios de uso público y residencias privadas, fue nombrado en 1923 decano del Colegio de Arquitectos de Barcelona, y fue además profesor y secretario de la Escuela de Artes y Oficios de Barcelona.

Martinell fundó en 1952 el Centro de Estudios Gaudinistas de Barcelona, desde el que analizó a fondo y reivindicó las obras y aportaciones arquitectónicas de Antoni Gaudí en una época en la que eran denostadas, y fue también uno de los fundadores del Institut d’Estudis Vallencs en 1960.