Un policía municipal miembro de la Sección de Protección del Patrimonio Urbano (Sepropur) examina los grafitis en la plaza de Puerta Cerrada, en el centro de Madrid. EFE/ Lluís Lozano

Los grafitis de Madrid, bajo la lupa de 39 agentes de la Policía Municipal

Lluís Lozano |
Madrid (EFE).- Los grafitis están tan instaurados en el paisaje urbano que la mayoría de viandantes pasan de largo sin detenerse en los detalles. No así los agentes de la Sección de Protección del Patrimonio Urbano (Sepropur) de la Policía Municipal de Madrid, para quienes cualquier detalle puede ser una pista valiosa.

En marcha desde el pasado noviembre, los 39 agentes que componen la unidad han puesto la lupa en las múltiples pintadas que recorren la ciudad, a las que achacan una sensación de suciedad e inseguridad.

Según datos del Ayuntamiento, en casi seis meses han elaborado más atestados en esta materia (49) que en el resto de meses de 2023 (13) y han tramitado 139 denuncias -cinco remitidas a la Fiscalía-, investigado a 17 personas e identificado a otras 273.

Su trabajo consiste en realizar patrullajes y seguimientos, elaborar mapas con las zonas más calientes, visionar las grabaciones de cámaras de seguridad y consultar fuentes abiertas, pero tal vez la labor que más pericia requiere es la del estudio grafológico.

Vista de varios grafitis en la plaza de Puerta Cerrada, en el centro de Madrid, el pasado 15 de abril. EFE/ Lluís Lozano

Cada grafitero es diferente

Por ejemplo, un grupo de turistas compran en el quiosco del centro de la capital ajenos a las pintadas que tienen al lado. Israel Leceta, subinspector de la unidad, se acerca a una de ellas y rápidamente identifica dos particularidades: la diferencia de grosor entre los trazos hechos en negro y en plateado y una particular forma de plasmar una i griega.

“Cada grafitero es diferente, porque pintan con un color, unas grafías y unas formas u otras. Todos dejamos pequeñas huellas a la hora de escribir”, explica el agente en una entrevista con EFE, quien también es capaz de identificar si el grafitero es diestro o zurdo y su altura aproximada.

Estos indicios no son concluyentes, admite, pero sí una “gotita” que, sumada a otras, puede llevar a determinar la autoría de una pintada e imponer la correspondiente sanción.

Y es que aunque el fenómeno no es ajeno a ninguna rincón de la geografía nacional e internacional, Madrid es considerada desde hace años como una de las mecas del grafiti, una fama palpable en las paredes de la ciudad.

“Es un sitio que da caché”, incide el subinspector, y María Luisa Robles, comisaria de Medio Ambiente y Urbanismo de la Policía Municipal, acaba la frase: “Los grafiteros quieren exponerse y no es lo mismo pintar un muro en un descampado de Carabanchel que pintar la plaza del Dos de Mayo o la Gran Vía, porque todo el mundo pasa por ahí y lo va a ver”.

No es raro que los agentes se topen con el “tag” -la firma, en el argot- de grafiteros foráneos que, en vez de visitar el Museo del Prado como muchos turistas, prefieren plasmar su propia obra en las calles de la capital y exponerla en redes sociales.

Un policía municipal miembro de la Sección de Protección del Patrimonio Urbano (Sepropur) examina grafitis en la base de datos de la sección en una comisaría del centro de Madrid, el pasado 15 de abril. EFE/ Lluís Lozano

“Toys”, “old school” y “crews” femeninas

El lenguaje en torno al grafiti moderno, nacido en la década de los sesenta en Estados Unidos, adopta muchas expresiones anglosajonas. Es por eso que Leceta, preguntado por el perfil del grafitero madrileño, diferencia entre los “toys” y los “old school”.

Los primeros son chavales, algunos menores, que se inician haciendo una pequeña pintada a la salida del instituto; los segundos, adultos por encima de la cuarentena para quienes el grafiti “forma parte de su forma de vivir y de sentir la expresión artística”.

Los agentes del Sepropur recuerdan, por ejemplo, a un hombre que, al ser cazado, admitió que pese a las horas de terapia no había sido capaz de deshacerse de la “adicción” de pintar las paredes.

O a otro viejo conocido que volvió a las andadas tras un tiempo de inactividad. “Le preguntamos por qué y dijo que lo había dejado por el nacimiento de su hijo y que ahora que ha visto que se puede escapar de casa por las noches, vuelve a salir a pintar”, rememora el subinspector.

Los veteranos suelen ser guardianes de la esencia grafitera, vandálica pero más respetuosa. Mencionan a “Suso33”, quien protagonizó un documental del cineasta Carlos Saura, o a “Muelle”, con una calle a su nombre y una pintada protegida en la céntrica Montera.

Aunque, admite Robles, no siempre es así: uno de los primeros casos que investigaron fue el de un hombre de 40 años al que se le imputó un delito contra el patrimonio histórico después de dedicarse, durante un año, a pintar todos los rincones del parque de El Retiro.

El grafiti no entiende de edades, pero tampoco de géneros ni clases sociales. Abundan las “crews” -grupos- exclusivamente femeninas y ya han identificado a algún grafitero residente en uno de los barrios más acaudalados de la ciudad.