Imagen de archivo de la fachada principal del Teatro Romea de Murcia,. EFE/Juan Francisco Moreno

El Teatro Romea de Murcia cumple 160 años siendo un referente de España

Murcia, 29 oct (EFE).- Abrió sus puertas en 1862 y por su escenario han pasado los mejores dramaturgos, compañías y artistas de España, ha sufrido dos incendios y varias remodelaciones, y ha superado el mazazo del coronavirus. Ahora, con 160 años recién cumplidos, el Teatro Romeo de Murcia se enfrenta a otro nuevo reto: renovarse sin perder su esencia para seguir siendo una referencia.

A pesar de los avatares que lo han acompañado desde que la reina Isabel II lo inauguró un 26 de octubre de 1862, ha cumplido con creces el objetivo de ser no solo el principal teatro de la región, sino uno de los más importantes de España.

Lo dice a Efe su actual director, Juan Pablo Soler, que lo gestiona con el reto de encontrar un equilibrio entre “lo que impone un espacio histórico” como éste y la necesidad de que sea un lugar “vivo”, de “formación y participación”, abierto a nuevos públicos e intereses artísticos para que los murcianos lo sigan sintiendo como algo suyo, como una parte de la vida de la ciudad.

Y es que, apunta, en estos 160 años de historia “ha significado muchísimo para el desarrollo de las artes escénicas” en Murcia, pero también ha sido símbolo del desarrollo social y vital de varias generaciones.

Por ello, y desde la responsabilidad de gestionar un teatro público, considera imprescindible tanto cuidar al público más tradicional como “abrir las puertas al no-público”, a quienes no se fijaban en su programación, “rompiendo barreras”, apostando por “formatos menos habituales” y poniendo el espacio al servicio de la sociedad.

Pero también al de los actores y las compañías acogiendo proyectos “que hace unos años ni siquiera existían”: “Hay que tener la mente abierta para encontrar un equilibrio que una lo nuevo con lo tradicional, apostando por la calidad y abriendo el patio de butacas y el escenario a cuantas más persona mejor”, resume.

El actor Manuel de Reyes, presidente de la Unión de Actores y Actrices de la región, ha tenido el privilegio de subir a ese escenario “más de 200 veces”, “un orgullo”, porque el Romea es al teatro lo que al cristianismo es la catedral, dice.

“La primera vez que actúas en el Romea es como el primer beso: lo recuerdas para siempre”, asegura.

La suya fue con apenas 18 años en un espectáculo infantil de gran formato del dramaturgo Lorenzo Píriz-Carbonell: al salir a escena, rememora, quedó tan impactado que en lugar de decir su frase, cruzó y salió de nuevo entre bastidores “sin abrir la boca”.

No es para menos: desde el escenario se contempla todo el impactante patio de butacas rodeado de plateas, tres niveles de palcos y los graderíos superiores.

Las paredes y techos están decoradas con frescos de los pintores murcianos José Pascual y Vals y Federico Mauricio, arreglados tras los incendios y remodelaciones por Antonio Meseguer e Inocencio Medina Vera.

El telón, obra de Emilio Sala, fue un regalo de María Guerrero y Fernando Díaz Mendoza.

En el Romea todo es bonito, dentro y fuera del escenario, y las compañías lo perciben y “es el sitio al que todas quieren ir”, señala Nacho Vilar, presidente de MurciaaEscena, la asociación que agrupa a las empresas productoras de artes escénicas murcianas.

Tanto es así que las compañías, señala, se sentían “huérfanas” durante los años en que estuvo cerrado, entre 2007 y 2012.

Esas obras de remodelación tenían una duración prevista de unos 6 meses y se alargaron durante más de cuatro años, con sobrecostes y procesos judiciales incluidos que dejaron a la ciudad sin ningún teatro municipal, puesto que en aquel momento (hasta 2011) tampoco estaba en funcionamiento el Circo.

No era la primera vez que el Romea cerraba sus puertas: lo hizo 15 años después de abrir al sufrir un incendio en 1877 y volvió quemarse en 1899, cuando falleció una persona.

Esos acontecimientos han dado lugar a una leyenda: el teatro se levantó sobre un antiguo cementerio de monjes, que vaticinaron tres incendios, el último de ellos con el aforo completo, por lo que siempre se deja una entrada sin vender para evitar que se cumpla esa maldición.

En realidad, desvela Soler, lo habitual es que sean más de una las sillas que quedan vacías, ya que hay varias de ellas desde las que no se ve el escenario, porque el espacio fue concebido para escuchar ópera y se aprovechó hasta el último de los rincones para instalar butacas, aclara, y algunas de ellas tienen justo delante un poste que impide una buena visibilidad.

Pero, ya sea mito o realidad esta maldición, todos los que conocen el Romea coinciden en que su papel como centro de la cultura municipal debe continuar, como mínimo, otros 160 años más.

Virginia Vadillo