Hay libros históricos tan deteriorados que ni siquiera es posible pasar sus páginas. El taller de restauración del Archivo General de la Región de Murcia es el lugar donde esos documentos pueden recuperar su funcionalidad para volver a ser consultados tras someterse a un minucioso proceso de limpieza y recuperación completamente artesanal. Las manos responsables de llevar a cabo el proceso son las de Esther Marcos, la restauradora del Archivo General, donde se ubica el único taller de recuperación de documentos gráficos operativo de la comunidad autónoma.EFE/ Marcial Guillén

El taller que devuelve la utilidad a los libros históricos más deteriorados en Murcia

Virginia Vadillo

Protocolo notarial del año 1554 tras ser restaurado. Hay libros históricos tan deteriorados que ni siquiera es posible pasar sus páginas. El taller de restauración del Archivo General de la Región de Murcia es el lugar donde esos documentos pueden recuperar su funcionalidad para volver a ser consultados tras someterse a un minucioso proceso de limpieza y recuperación completamente artesanal. EFE/Marcial Guillén

Murcia, 31 mar (EFE).- Hay libros históricos tan deteriorados que ni siquiera es posible pasar sus páginas. El taller de restauración del Archivo General de la Región de Murcia es el lugar donde esos documentos pueden recuperar su funcionalidad para volver a ser consultados tras someterse a un minucioso proceso de limpieza y recuperación completamente artesanal.

Hay libros históricos tan deteriorados que ni siquiera es posible pasar sus páginas. El taller de restauración del Archivo General de la Región de Murcia es el lugar donde esos documentos pueden recuperar su funcionalidad para volver a ser consultados tras someterse a un minucioso proceso de limpieza y recuperación completamente artesanal. Las manos responsables de llevar a cabo el proceso son las de Esther Marcos, la restauradora del Archivo General, donde se ubica el único taller de recuperación de documentos gráficos operativo de la comunidad autónoma. EFE/Marcial Guillén

Las manos responsables de llevar a cabo el proceso son las de Esther Marcos, la restauradora del Archivo General, donde se ubica el único taller de recuperación de documentos gráficos operativo de la comunidad autónoma.

En él se tratan documentos públicos de toda índole, desde protocolos notariales hasta registros y actas, mapas y planos y cualquier tipo de material en soporte de papel o pergamino, procedentes de los fondos propios del archivo o de los ayuntamientos de la región.

En todos los casos, explica Marcos a EFE en una visita a este particular laboratorio, el objetivo es que las hojas de esos libros, oscurecidas por la acción de hongos y bacterias, agujereadas y rotas por larvas de insectos, oxidadas por las tintas antiguas y manchadas por la acción humana, vuelvan a estar limpias, íntegras, “que se puedan pasar las páginas sin romperse”.

Marcos restaura el soporte, no el contenido, aclara: allí donde la escritura se ha perdido no es posible reponerla ya que los documentos tratados son en su inmensa mayoría originales de los que no hay otras copias para cotejar las partes que faltan.

¿CÓMO SE RESTAURA UN DOCUMENTO?

La restauración de un documento comienza por numerar, una a una, todas sus páginas para después desmontar el libro por completo puesto que las hojas se tratan de manera individual.

Así, se inicia un trabajo de “limpieza en seco”. Pincel en mano, Marcos barre toda la suciedad superficial de cada una de las páginas, que luego repasa con un bisturí y completa con distintos tipos de gomas de borrar.

Plancha las hojas para eliminar cualquier arruga, “igual que si fuera una falda de lino”, explica, ya que ese material y el algodón son los principales componentes del papel antiguo, denominado “papel de trapos”.

Quitadas todas las imperfecciones llega la hora del baño: las hojas se introducen en una cubeta con agua donde se lavan porque, lejos de la idea generalizada de que el papel y el agua no son buenos compañeros, el primero necesita a la segunda para estar hidratado, ya que el agua forma parte de su proceso de fabricación, subraya.

De esta manera, las hojas quedan limpias pero continúan estando rotas, y Marcos se encarga de fabricar manualmente la pasta de papel con la que repondrá esos espacios, utilizando para ello fibras de lino, de algodón y diferentes colorantes naturales que mezcla con agua en distintas proporciones en un “molino papelero”, una máquina de tamaño similar al de una olla.

Las hojas que se habían lavado en la cubeta se protegen con una lámina de papel de kozu, una fibra vegetal extremadamente fina y que tiene dos funciones: protectora, contra el óxido que provocan las tintas, y de reversibilidad, es decir que lo restaurado se pueda deshacer.

Comienza entonces un proceso casi mágico: el de rellenar todos los agujeros y partes rotas, lo que se hace con una “reintegradora mecénica”, una máquina en la que se colocan las páginas lavadas, que vuelven a cubrirse con agua y con la fibra de papel fabricada en el molino.

A medida que la máquina va vaciando el agua, se aprecia cómo los agujeros se van llenando con la fibra de papel: cuando no queda ni una gota, no queda tampoco ningún agujero, la hoja vuelve a estar íntegra y sería imposible distinguir la parte original de la añadida de no ser porque la restauradora toma la precaución de hacer la pasta de papel ligeramente más clara que el papel primitivo.

Y es que, al igual que en la pintura, la escultura o la arquitectura, toda restauración debe ser “discernible”, es decir “se tiene que notar” cuál es la parte restaurada y cuál la original, subraya.

Con el proceso finalizado, las hojas se dejan secar para después volver a montar el libro, que se encuaderna cosiéndolo a mano en un pequeño telar, con aguja y punzón.

La duración de una de estas restauraciones varía mucho en función del tamaño del documento y su estado de deterioro: un protocolo notarial del siglo XVI, como los que está trabajando actualmente, tienen una media de dos meses de trabajo, explica esta experta, que ha trabajado en el taller desde su apertura en 2008.

LOS ORÍGENES DEL LABORATORIO

En aquel momento eran tres los restauradores del centro, que estuvo cerrado durante la crisis, en 2011 y 2012, por falta de fondos, y que retomó su actividad ya solo con Marcos, que se echa a reír cuando se le pregunta si queda mucho material por restaurar en el Archivo General.

En él, explica, hay en la actualidad 23 kilómetros lineales de documentos, el más antiguo de ellos fechado en 1284 (restaurado, por cierto, por la propia Marcos).

Forma parte del escasísimo uno por ciento del total que la restauradora calcula que está tratado, de unos fondos que continúan creciendo cada año: “Siempre habrá documentos por restaurar mientras exista el archivo”, concluye.