Vista del pase gráfico del ensayo general de la ópera Orphée de Philip Glass, el pasado domingo en los Teatros Canal en madrid. EFE / Fernando Villar

“Orphée” de Philip Glass entusiasma y reaviva la cosecha de ópera

Madrid, 21 sep (EFE).- La temporada lírica madrileña 2022/2023 ha echado a andar este miércoles con grandes aplausos para la nueva producción que narra el descenso a los infiernos de “Orphée”, la ópera que Philip Glass compuso en 1991 a partir de la emblemática película del mismo nombre que Jean Cocteau dirigió en 1950.

Coproducida por el Teatro Real y los Teatros del Canal, ha sido en la Sala Roja de este espacio -que estaba llena- donde se ha llevado a cabo el estreno en España de esta obra que se representará hasta el 25 de septiembre y que cuenta con Jordi Francés en la dirección musical y Rafael R. Villalobos en la escénica.

Entre los asistentes, el director general del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM), Joan Francés Marcos; la directora general de Industrias Culturales y Cooperación del Ministerio de Cultura y Deporte, Adriana Moscoso o la exvicepresidenta del Gobierno y Patrona del Real, Elena Salgado.

Al término de sus cerca de dos horas de duración, el público entusiasmado ha reconocido el trabajo, las voces del tenor vasco Mikeldi Atxalandabaso y la del barítono americano Edward Nelson.

Concebida como una ópera de cámara en dos actos, a Madrid ha llegado en una versión muy diferente de la única editada hasta el momento por Orange Mountain Music, en primer lugar por las dimensiones de la Orquesta del Teatro Real, con 31 músicos en el foso en lugar de los 25 de la partitura estándar.

Ante la falta de indicaciones en la misma, el director Jordi Francés abogó por abordarla con libertad y con un planteamiento más barroco que difiere y choca con la idea minimalista que se tiene de la obra completa de Philip Glass (Baltimore, 1937).

Destaca también el apartado vocal. “Nada golpea como un clímax de Glass”, comentaba el barítono Nelson durante los ensayos de esta ópera, “que es esencialmente una obra de teatro llevada a la música” en la que los cantantes han de encontrar “un fraseo natural” para dar vida al texto en un idioma más fluido que rítmico como es el francés.

Más extrañeza pueden suponer las capas de interpretación que añade la puesta en escena ideada por Villalobos, con un espacio abstracto, intimista y muy onírico gracias al trabajo de luces y sombras ideado junto a Irene Cantero, pero en el que el tiempo no apela ni al mito clásico ni al París de los años 50 de la película de Cocteau.

En su lugar, se bombardea al espectador con imágenes de canales de televisión de cuando el cable irrumpió en EE.UU. en los años 90, la década en la que se compuso esta ópera y en la que el estatus de artista cambió para convertirlo en una estrella a menudo por encima de su obra.

En ese punto, Villalobos usa este “Orphée” para narrar “el lado oscuro del sueño americano” a través de un protagonista que muere de dos maneras: en su naturaleza de poeta (tentado por la tendencia y la moda) y en la de héroe sentimental (aquí su amor por Eurídice se ve corrompido y son otras las razones que lo arrastran al infierno).