Fray Hermenegildo, superior de la congregación de los hermanos Fossores de la Misericordia de Guadix. EFE/Pepe Torres

Los fossores, la vocación de velar por los cementerios

María Ruiz |

Granada (EFE).- La orden de los Hermanos Fossores de la Misericordia, que nació hace casi siete décadas en Guadix (Granada) como la única del mundo dedicada a atender a los fallecidos y rezar por sus allegados, sobrevive con seis frailes, tres en el cementerio granadino y otros tantos en el de Logroño, sin miedo a la muerte.

Subir la cuesta física que separa la entrada del cementerio de Guadix (Granada) de la nueva zona de enterramientos ejemplifica la montaña emocional que supone para muchos la despedida inherente a la muerte.

Para guiar esa escalada y conquistar tramo a tramo el consuelo ante la muerte nació hace casi setenta años la orden de los Hermanos Fossores de la Misericordia, una institución religiosa formada por seis “sherpas” repartidos ahora entre dos cementerios a los que dan vida con su rezo y su presencia.

Los Fossores los fundó en 1953 fray José María de Jesús Crucificado para que la Iglesia tuviese su presencia en los entierros, una forma de personificar el consuelo ante la muerte que se extendió por ocho cementerios del país y que ahora sobrevive en Guadix y Logroño con seis frailes entregados a su labor.

Los fossores, la vocación de velar por los cementerios
Fray Hermenegildo, superior de la congregación de los hermanos Fossores de la Misericordia de Guadix, en la cripta del cementerio de Guadix. EFE/Pepe Torres

“El negocio no es nuestro, es de Dios, no tenemos que preocuparnos. Si no nos envía vocaciones será porque no necesitamos vocaciones”, ha explicado a EFE fray Hermenegildo, uno de los fossores que da confort al cementerio accitano, al que llegó con 21 años desde Riotinto (Huelva).

El fundador de esta orden formaba parte de la Congregación de Ermitaños de San Pablo y San Antonio, establecida en la sierra de Córdoba, desde donde presentó el proyecto al obispo Álvarez Lara para crear la casa madre en Guadix.

Para dar vida a este proyecto, su fundador comparó la muerte con una nuez, “que tiene una cáscara amarga pero un interior muy dulce”, y sembró así el germen de una congregación que reza por los muertos, acompaña a los vivos, guía en la tristeza, ora en las despedidas y abraza cuando no hay nadie más que lo haga.

Los tres fossores del cementerio accitano rezan, atienden algunos espacios del camposanto y dan la bienvenida a quienes van a despedirse de los suyos para que nadie haga su último camino solo.

Los fossores, la vocación de velar por los cementerios
Fray Hermenegildo, superior de la congregación de los hermanos Fossores de la Misericordia de Guadix. EFE/Pepe Torres

El día a día de esta congregación arranca a las seis de la mañana, “aunque como somos ya mayores algunos estamos despiertos antes”, explican, y reparte sus horas entre rezos, misas, rosarios y la atención al cementerio de Guadix, que luce limpio, blanco y mimado también con la ayuda de un trabajador municipal.

Y aunque estos días pueden parecer temporada alta en los camposantos, escenario de limpiezas, cambio de flores y regueros de familias que miman sepulcros, esa atención externa rebaja los quehaceres de los fossores, que aprovechan para quitar las huellas de una calima aún visible en su casa y su iglesia.

Un huella marrón como sus hábitos, ese color ya íntimamente unido al recoleto cementerio de Guadix, un espacio custodiado por rejas negras como si alguien pudiera escapar de la muerte, y protagonizado por una pendiente constante, una cuesta tan física como emocional.

“Nos encargamos de la liturgia del enterramiento, de la bendición del sepulcro y de una despedida. Cada familia se ocupa de lo suyo pero estamos para recibirlos y para sostenerlos”, ha añadido fray Hermenegildo.

Aunque la orden agoniza por falta de incorporaciones, estos frailes insuflan aliento en las despedidas y alivian el peso de un hasta siempre.

Y lo hacen con el paso lento y casi protocolario de los gestos importantes, porque decir adiós exige su templanza y también su consuelo. Y lo hacen casi siete décadas para recordar que, después de lo amargo, llega el dulce.

Edición web: Nuria Santesteban