Puerta grande para Ginés Marín y Urdiales, en la despedida de El Juli de Logroño

Logroño, 20 (EFE).- El joven Ginés Marín protagonizó en Logroño una sobresaliente actuación, la mejor de lo que va de feria, y salió a hombros junto a Diego Urdiales, que también ha exhibido su maestría para cortar dos orejas en el aciaga despedida de El Juli de la afición de la capital riojana.

El episodio de la tarde tuvo lugar casi ya en su ocaso, en el sexto, un manso que nada más que quería la huida a la querencia y con el que Ginés Marín sacó a relucir el poder de su toreo para poner firma a una emotiva y vibrante labor.

El inicio andándole por bajo fue de una torería exquisita, pero pronto tuvo que ponerse el mono de trabajo para sujetar al manso, aguantar miradas y tarascadas con una gran firmeza y acabar imponiendo su ley para sacar el fondo del animal y dominarlo absolutamente con temple y mano baja, logrando naturales excelsos para el deleite de unos tendidos totalmente entregados.

Media estocada fue suficiente para despenar al astado y pasear dos orejas que premiaron el valor y la gran dimensión mostrada por un torero que entró a última hora en el cartel por el convaleciente Morante de la Puebla.

El otro pasaje de la tarde llegó en el segundo, al que Urdiales recetó hasta ocho verónicas, a cada cual mejor, en el recibo, amén de unas bonitas chicuelinas al paso para llevarlo al caballo, donde le midieron mucho el castigo.

Tras un emotivo brindis al Juli, el de Arnedo fue ahormando poco a poco a su blando y protestón antagonista, al que fue consintiendo poco a poco sobre la mano diestra para que la faena comenzará a tomar vuelo al natural, por donde Urdiales extrajo muletazos sueltos de extraordinaria pureza.

Inmaculada técnica de Urdiales, que, sin ser su mejor faena en La Ribera por la condición de su antagonista, sí tuvo el mérito de lograr sacar agua de un pozo prácticamente seco. Gran estocada y dos orejas para el torero de la tierra.

Al Juli, que se despedía de la afición de Logroño, le faltó toro en su primer turno, pues de el Juan Pedro Domecq, totalmente vacío de casta y sin apenas recorrido, no le permitió más que conducirlo con suavidad a media altura en una labor tan fácil y pulcra como insulsa y de escaso eco por la nula condición del animal.

Tampoco dijo gran cosa el cuarto, con el que El Juli salió a por todas, luciéndose en el recibo de capote y en un vistoso quite por lopecinas. Brindó al público su última faena en La Ribera y para mostrarse después con oficio ante un animal muy soso y descastado, con el que nuevamente lo intentó el madrileño en una labor que no levantó demasiado entusiasmo.