Rafi Sibaja con su hijo Pedro, un niño de poco más de cuatro años identificado con altas capacidades. EFE/Salas

“Invisible” e “incomprendido”, la realidad del niño con altas capacidades

Luis Ortega |

Córdoba (EFE).- Miles y miles de niños en España con altas capacidades intelectuales (AACCII) siguen sin estar reconocidos por el sistema educativo y permanecen “invisibles” para una sociedad que “no les comprende”, lo que provoca complicaciones en su desarrollo emocional e impotencia para unas familias que se sienten olvidadas.

“Me di cuenta que mi hijo tenía altas capacidades en cuanto lo tuve en brazos nada más nacer y por como me miraba”, relata Rafi Sibajas a EFE mientras su hijo Pedro, de poco más de 4 años, se entretiene con unos cochecitos que hace rodar en el suelo. El “ojo clínico” de esta madre ya estaba entrenado, ya que a ella la identificaron con ACI en el colegio cuando era pequeña.

“Se trata de algo que se hereda”, apunta Rafi, quien recuerda que desde los primeros días Pedro “miraba diferente, como si estuviera ya enfocando, levantaba bastante la cabeza y físicamente estaba bastante despierto en comparación con los niños de su edad”.

"Invisible" e "incomprendido", la realidad del niño con altas capacidades
Rafi Sibaja camina con su hijo Pedro, un niño de poco más de cuatro años identificado con altas capacidades. EFE/Salas

Lo que hoy en día las familias entienden como “espabilado”, aunque en el caso de Pedro era una precocidad manifiesta.

“Comenzó a andar a los ocho meses y fue como su primera maratón”, aunque a pesar de los indicios el pediatra apuntaba “que a lo mejor era precoz”.

Intenso y sensible

“Pedro es muy demandante de atención, muy intenso, muy sensible, empatiza muchísimo con las emociones, con las situaciones, con los animales, desde pequeño tenía un vocabulario amplísimo y distinguía entre verbos con distintos matices como tirar, arrojar o lanzar”, señala Rafi.

“Le gusta mucho la perfección, es muy justo y quiere explicaciones de todo hasta llegar a la cuestión”, añade Rafi emocionada, aunque también expone la otra cara de la alta capacidad. Esa “exigencia” que él mismo se impone por su naturaleza le lleva a “la tristeza, el enfado, la frustración”, todo “muy extremo”.

Una incomprensión que llevó a Rafi a un centro especializado para su evaluación, algo “complicado” ya que normalmente los niños se identifican alrededor de los 5 años. “Se trata de ponerle nombre a la condición que tiene, no etiquetar por etiquetar, para que sea atendido como necesita”, apunta una madre que entonces se enfrentaba ante la difícil decisión de la escolarización.

En un primer momento “no contemplamos escuela privada” por motivos económicos y Rafi y su marido comenzaron la “peregrinación” por “los colegios públicos y concertados” con un resultado desalentador. En todas y cada una de las “jornadas de puertas abiertas”, los “educados profesionales” que les atendían respondían de forma similar: “Igual no es para tanto, ya se le pasará, son cosas de niños…”.

Fracaso y acoso escolar

“Los maestros no están formados como debieran y los padres no estamos informados, entonces es muy complejo atenderlos conforme necesitan”, demanda Rafi, que asegura, con conocimiento de causa, que el de las altas capacidades es “un mundo bastante desconocido para todos” e incluso puede generar “miedo” o “reparo” en otras familias y hasta “rechazo”.

Finalmente, Rafi removió “cielo y tierra” y logró ayuda familiar para tratar de darle a Pedro lo máximo que esté en su mano para “ayudarle, que esté atendido, que no se frustre y no tenga depresión”, algo que “puede sonar muy catastrófico o demasiado dramático” pero que es la “realidad” a la que se enfrentan estos niños.

"Invisible" e "incomprendido", la realidad del niño con altas capacidades
Rafi Sibaja con su hijo Pedro, un niño de poco más de cuatro años identificado con altas capacidades. EFE/Salas

De hecho, los estudios sobre población de alta capacidad indican que más del 50 por ciento tienen fracaso escolar y más del 30 por ciento sufren o han sufrido en algún momento acoso escolar, cuestiones que “hay que tener muy presentes a día de hoy”, advierte Rafi mientras de reojo ve como Pedro corre, ilusionado, directo hacia unos perros del parque a los que ya conoce bien.

Afortunadamente Pedro, un niño “de la pandemia” que cuando estaba en casa ya preguntaba la razón por la que “no tenía amigos”, ha “tardado poco en integrarse” en su centro escolar con atención especializada y “en estar bien”.

Desarrollo emocional desde el amor y la comprensión

“El día a día es muy gratificante y bonito, pero también muy duro”, asegura una madre que demanda “atención” a las administraciones y “comprensión” a la sociedad.

“Yo empezaría por los planes de estudio de Magisterio para que los maestros sepan cómo tratar a estos niños en el aula”, además de una “identificación temprana”, principalmente “en las niñas”, que se “ocultan” y son “más difícil de detectar”, y una “prevención” para evitar conflictos en los centros educativos, resalta Rafi en sus “peticiones” a los responsables educativos del país.

Pero lo que más desea Rafi es que Pedro, y los miles y miles de niños como él y los miles y miles que siguen sin estar reconocidos, cuenten con todas las posibilidades para “desarrollarse como el resto”, sin “obstáculos ni rechazos” y mostrar “todo el potencial que llevan dentro” y que explota y se vuelve “visible” desde “el amor, el cariño y la comprensión”.