Foto cedida de José Antonio Egido, responsable de la Unidad de Ictus del Hospital Clínico de Madrid. EFE/Hospital Clínico San Carlos, de Madrid

El ictus, un enemigo también de los jóvenes

Adaya González |

Madrid (EFE).- Cada seis minutos se produce un ictus en España, la inmensa mayoría evitables; hábitos de vida poco saludables están haciendo que este “problema de salud pública de primer orden” lo sea también para los jóvenes que, aunque con mejor pronóstico, se exponen a las mismas (y graves) secuelas que los mayores.

Tradicionalmente se ha considerado una patología asociada a la edad, pero “solo es verdad en parte”, porque es cierto que “conforme avanzamos en la vida, vamos ganando papeletas de que nos dé, pero eso no significa que no les dé incluso a niños”, comenta a Efe el responsable de la Unidad de Ictus del Hospital Clínico de Madrid, José Antonio Egido.

“Estamos viendo que cada vez está siendo más frecuente en jóvenes, probablemente porque alguno de los factores de riesgo, como el estrés continuado”, y otros clásicos como el consumo excesivo de alcohol, el tabaco, el sedentarismo o la obesidad, “son muy habituales en esta población”, añade Mar Castellanos, coordinadora del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología (SEN).

Una catástrofe previsible, prevenible y tratable

Las cifras son conocidas: cada año, unas 120.000 personas padecen un ictus, de las que al menos un 15 % fallecen y, entre los supervivientes, un 30 % queda en situación de dependencia funcional. Las previsiones que ha hecho la SEN este Día Mundial del Ictus es que en los próximos 10 años, los casos aumentarán un 34 %, los fallecimientos un 45 % y las personas con discapacidad un 15 %.

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Imagen cedida de Mar Castellanos, coordinadora del Grupo de Estudios de Enfermedades Cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología (SEN). EFE/Sociedad Española de Neurología (SEN)

Aunque la incidencia aumenta significativamente con la edad, más del 60 % ocurre en menores de 70 años y el 16 % en personas por debajo de los 50 años. En las últimas dos décadas se ha incrementado un 25 % la cifra en el rango 20-64. El 0,5 % afecta a chicos de menos de 20 años.

El ictus, resume el neurólogo, “es una catástrofe previsible, prevenible y tratable”, puesto que la inmensa mayoría son consecuencia de factores de riesgo modificables -entre los que también están la diabetes mellitus o la dislipemia-, que están detrás del 90 % de los casos. Es decir, nueve de cada diez se podrían evitar si se controlaran estos factores.

Mientras que en el otro 10 % entran otros sobre los que nada se puede hacer, principalmente la edad, o de carácter genético, de los que “aún se sabe poco”. En los jóvenes son más habituales causas específicas como la disección arterial o las alteraciones de la coagulación de la sangre que no se dan tanto en mayores.

“Los ictus están aumentando en toda la población y nos preocupan los jóvenes porque en este grupo se están incrementando los factores clásicos que se relacionan con su aparición”, comenta la doctora. A ello hay que sumar un mal control de los mismos, porque muchos descubren que los tienen -por ejemplo, la hipertensión, que es el principal- cuando el accidente ya se ha producido.

Diferencias por sexos

Los ictus son la primera causa de muerte en la mujer y la segunda en el hombre. Pero las mujeres en la etapa fértil tienen menos frecuencia que los varones porque “de alguna manera las hormonas femeninas las protegen”, señala Egido.

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Un grupo de mujeres realizan ejercicio físico, en una imagen de archivo. EFE/Jorge Zapata

Por el contrario, con la vejez se produce la situación inversa: al vivir más años, las mujeres tienen más frecuencia de infarto cerebral porque se da un “efecto curioso de la vida endocrina, y es que los estrógenos protegen del ictus, pero si los damos después de la menopausia no las protegemos, sino todo lo contrario, lo aumentamos”.

Aunque en esa etapa está mucho más protegida, pueden concurrir circunstancias que aumenten el riesgo, aunque “levemente”, por ejemplo, la toma de anticonceptivos hormonales, que “producen un incremento muy pequeño del riesgo”, o las terapias hormonales sustitutorias después de la menopausia.

El puerperio también puede ser un momento más delicado para la mujer joven por todas las alteraciones metabólicas que experimenta, pero igualmente, precisa, es “puntual y no es significativo”.

Hay que correr

Sea como sea, se tenga la edad o el sexo que se tenga, “la idea que tenemos que tener todos en la cabeza -implora Castellanos- es que, ante la aparición de un ictus, hay que correr, no intentar llegar solamente, porque cuanto antes pongamos el tratamiento, mejor va a evolucionar”.

Llamar a urgencias ante la aparición de síntomas, “no echarse a la cama a ver si se pasan” ni tampoco ir por cuenta propia al hospital es lo que hay que hacer si se empieza a notar -juntos o por separado- paralización de un lado del cuerpo, dificultad al hablar, falta de coordinación, pérdida de visión o un dolor de cabeza intenso, como si fuera un golpe.

A los jóvenes se les presupone un mejor pronóstico porque su cerebro no está envejecido y no suelen tener comorbilidades, con lo que sus posibilidades de recuperación haciendo rehabilitación son siempre mayores.

“Pero el ictus -avisa la neuróloga- se comporta exactamente igual en todos los pacientes, y las secuelas que pueden quedar si no se hace todo lo posible son exactamente igual de graves que en la edad avanzada”.

Se ha avanzado “espectacularmente”

Cuando Egido puso en marcha en 1992 la Unidad del Ictus en el Clínico, hoy reconocida a nivel mundial, “lo único que podíamos hacer era llegar a un diagnóstico apropiado, que no se nos deshidratara, evitar las complicaciones, iniciar la prevención secundaria, de la que también se sabía bastante poco, y poco más”.

En 30 años, “se ha avanzado espectacularmente: podemos ver el infarto desde que se empieza a producir; con las técnicas de imagen de nuevo desarrollo podemos saber cuánto infarto es irreversible y cuánto podemos salvar; tenemos fármacos que disuelven el trombo y abren la arteria; podemos ir con un catéter hasta donde está el trombo y quitarlo de una manera mecánica”.

Si antes se decía que “del ictus, un tercio se mueren, un tercio quedan fatal y otro tercio sobreviven con una discapacidad llevadera, hoy día podemos decir que más del 50 % de nuestros pacientes quedan absolutamente independientes y la mortalidad no pasa del 10 % en la fase aguda”.

Regenerar el tejido y ampliar los pacientes, los grandes retos

Los avances son muchos, pero aún queda un largo recorrido; el gran reto pasa por ampliar los pacientes que puedan beneficiarse de la apertura de la arteria, ya que “ahora mismo, una de las limitaciones más importantes son los enfermos que vienen sobrepasados de tiempo, cuando el daño ya es irreversible”, expone el doctor.

Existe investigación bastante activa además sobre fármacos -llamados neuroprotectores- que pudieran proteger al cerebro en esos primeros días, de tal manera que el tejido dañado irreversiblemente sea menor; otra de las líneas es la regeneración del tejido mediante terapias con células madre con las que poder recuperar las funciones que se han perdido por el infarto cerebral.

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Un joven en bicicleta en Madrid. EFE/Mariscal

Fuera de este ámbito, pero no menos importante, es necesario trabajar en ofrecer una asistencia de calidad al entorno de los pacientes, porque un ictus “es muy duro para el paciente, pero para la familia también, y ellas tienen un papel importantísimo en la recuperación”.

Ejemplo de ello son “Escuelas de familias”, de la Fundación Dacer que, con sus cursos, “consigue que la vida diaria sea un elemento de rehabilitación”.

Mientras todo eso llega, insistir en asumir hábitos de vida saludable: “cuando uno está en contacto con esto, ve lo importante que es no abandonarse, no tener sobrepeso, no fumar, no abusar del alcohol. Es muy importante, mientras estamos razonablemente sanos, cuidarnos para no tener estos problemas. Y cuanto antes, mejor”.

Edición Web: Rosa Corona