Concha Tejerina | València (EFE).- Ha sido médico rural durante más de cuatro décadas y aunque confiesa que es la medicina “más sacrificada” porque se ejerce las 24 horas de los 365 días del año, José María Catalá afirma a sus 83 años que la volvería a escoger: es “un arte de cuidar” a los enfermos, a quienes ve como su “segunda familia”.
Catalá acaba de recibir galardón con el octavo Premio a la Mejor Trayectoria Profesional de Médico Rural que concede la Fundación del Colegio de Médicos de Valencia, junto a la Diputación de Valencia, en reconocimiento al trabajo que ha desarrollado, especialmente en ámbitos rurales, durante algo más de 45 años.
Carrera médica en cuatro pueblos
Su carrera médica, desarrollada durante dos años en Pedralba, siete en Bélgida, cuatro en Fortaleny y 32 en Carcaixent, ha estado ligada a las familias y pacientes de estos municipios valencianos, a los que ha visto crecer, ha acompañado a lo largo de su vida y con quienes ha compartido mucho más que una historia clínica.
Con 24 años y al quedar libre de la “mili” porque su madre era viuda comenzó como médico rural en Pedralba, un pueblo que entonces tenía algo más de 2.000 habitantes. Como no había casa para el médico, se alquiló un pequeño despacho para atender a los pacientes y, como no tenía automóvil, se desplazaba en coche de línea o le llevaba algún vecino cuando había alguna urgencia o parto.
“Hicimos alguna autopsia, todos los meses atendíamos uno o dos partos o nos requerían por accidentes en carretera”, explica a EFE Catalá, que rememora los “ratos de esparcimiento” que tenía, sobre todo en primavera y verano, con el veterinario y el farmacéutico en las “aguas limpias y cristalinas del río Turia”.
Como anécdotas, recuerda que en su primer parto, el padre del recién nacido vino a su casa “todo orgulloso” a regalarle “un pollo”, o que en 1971 hubo un caso de cólera en la cuenca del rio Nalón y se les ordenó clorar el agua del depósito, que estaba a siete kilómetros de la población.
El fundamental binomio médico-paciente
Preguntado por si cree que la medicina rural es “la esencia de la medicina”, afirma que era y es “la depositaria de la medicina tradicional”. “Es un arte -señala-, un saber médico, y el diagnóstico es fruto del razonamiento”.
Tras subrayar el “amor” que siente por sus pacientes un médico rural, que está “entregado por completo a su profesión”, apunta que hay que “saber distinguir entre el dolor físico -de un cólico de riñón o de la rotura de un hueso- con el sufrimiento interno de la persona”.
La medicina rural y primaria “encarna el trípode de servir al prójimo, a los enfermos, a la sociedad y sobre todo a nuestra conciencia. Se basa en curar, aliviar y consolar”, asevera Catalá, que considera que el binomio médico-enfermo es “fundamental” y “la confianza del enfermo, que debería durar toda la vida, hay que conquistarla”.
“Había que dialogar con el enfermo, tranquilizarlo, y más en una época en la que estábamos totalmente aislados, no había móviles ni medios técnicos, e incluso los sistemas para explorar al enfermo se los tenía que comprar uno”, evoca.
La medicina rural, la gran sacrificada
Ve la medicina rural como “la gran sacrificada, son 24 horas los 365 días del año”, y recuerda que estuvo veinte años “día y noche de guardia porque no había médicos sustitutos” y las vacaciones reglamentarias las abonaban según el estatuto jurídico del personal médico de la Seguridad Social, pero no había una cantidad fija según el número de cartillas, “y eso -rememora- era decepcionante”.
Pero a pesar de esas dificultades, asegura que hoy en día “volvería a escoger” tanto la medicina primaria rural como la medicina primaria de centro de salud, porque los enfermos son para él como una “segunda familia”.
“Uno sufre con las enfermedades y se hacen amigos respetuosos y hay mejor trato, pero -según apunta a EFE- para recoger hay que sembrar y con el estrés que hay hoy en día es difícil si no se dedican más horas”.
El estrés del médico
“El paciente siempre ha sido respetuoso, entonces no ocurría lo que pasa ahora y todo por el estrés adquirido en consulta”, señala Catalá, que reivindica la figura de la auxiliar de clínica, ayuda para rellenar la historia clínica y hacer recetas que permitiría al facultativo más tiempo para reconocer al paciente. “El médico podría mirar al paciente a la cara”, afirma.
A su juicio, en la actualidad los estudiantes que terminan la carrera no escogen Medicina de Familia por la “masificación existente, la burocracia excesiva e innecesaria, la falta de oposiciones anuales y concursos de traslado o la falta de estabilidad en el empleo”.
Catalá también ha dedicado gran parte de su vida a la sociedad científica SEMER (actualmente Semergen), que llegó a presidir a nivel nacional durante una década, un periodo que le sirvió para recorrer España y conseguir aglutinar a la mayoría de los médicos rurales del país, que en esos años se encontraban completamente aislados y solos.
También destaca la “gran amistad” que tuvo con el entonces ministro de Sanidad Ernest Lluch, quien les pidió ideas y sugerencias para incluirlos en el anteproyecto de la Ley General de Sanidad.