EJEA DE LOS CABALLEROS (ZARAGOZA), 18/11/2025.- Cuerpos hallados durante las exhumaciones en la fosa del cementerio de la localidad zaragozana de Ejea de los Caballeros. En España llegó a haber cerca de 6.000 fosas con víctimas de la guerra civil y el franquismo, pero solo unas 1.500 han sido exhumadas, unas cifras que reflejan el dolor de miles de familias que, 50 años después de la muerte del dictador Francisco Franco, no han podido recuperar aún los restos de sus seres queridos. EFE/Javier Cebollada

La memoria se hereda: el empeño de que la tierra devuelva los abrazos que robó el terror

Ejea de los Caballeros (Zaragoza) (EFE).- En cada fosa que se abre hay algo más que huesos. Hay restos de zapatos, monedas, llaves, botones, las pequeñas tijeras de una costurera… Cada fosa abierta supone recuperar una memoria que se hereda, que pasa de hijos a nietos y bisnietos, empeñados en que, por fin, la tierra devuelva, en forma de tranquilidad de conciencia, los abrazos que robó el terror.

En la comarca de las Cinco Villas, explica a EFE el historiador José Antonio Remón, se desató al día siguiente del alzamiento una «feroz represión» que causó 800 víctimas civiles en los pueblos, no en el frente. 417 de ellas, procedentes de una treinta localidades, tienen su nombre grabado en un monolito que se alza en el cementerio de Ejea de los Caballeros, capital de esta comarca zaragozana.

A pocos metros del monolito, la tierra esconde los restos de no menos de 163 de esas personas, asesinadas junto a las tapias del camposanto en los primeros meses de 1936, en la que se considera que es la mayor fosa de Aragón. O en realidad una sucesión de fosas que discurre, en forma de ele, por dos laterales del recinto funerario.

Arrojados como alimañas

Cuerpos que fueron «arrojados como alimañas» a una zanja, no a una tumba con dignidad, lamenta al borde del agujero abierto en la tierra, en declaraciones a EFE, Mariano Malón Pueyo. Es sobrino de Pío Pueyo, concejal socialista del Ayuntamiento de Uncastillo asesinado en las primeras semanas del alzamiento.

Mariano Malón y José Antonio Remón junto a la fosa del cementerio de la localidad zaragozana de Ejea de los Caballeros. EFE/Javier Cebollada

Cincuenta años después de la muerte del dictador y casi noventa desde que Franco se sublevó, Mariano sabe que su tío abuelo Pío está en esa fosa. Anhela el momento en el que sus restos puedan ser identificados.

José Antonio Martínez fue el primer alcalde democrático de Castilliscar tras la muerte de Franco, y lo fue durante 32 años. Al borde de la fosa, cuenta a EFE que allí buscan al hermano de su suegro, al tío Justo, que hacía honor a su nombre, según cuenta.
El dueño del taller donde José Antonio Martínez llevaba a arreglar su tractor, un hombre, dice, de la «derecha moderada», se lo corroboró: «si había alguien bueno en el mundo, era él».

Justo fue asesinado en el cementerio de Ejea, adonde lo llevaron desde la cárcel tras ser capturado por ser el secretario de administración de la UGT en Castilliscar.

Allí quiere llevar la familia sus restos cuando los encuentren e identifiquen. Ese es su anhelo, unido al deseo de «justicia, paz y reparación», solo eso y nada de venganza.

Abrazos robados


Cuando se les pueden poner nombres y apellidos, los restos se entregan a sus familias en actos muy emotivos. «Cuando los encontramos, yo puedo sentir hasta los abrazos que no han podido dar a sus hijos y nietos», confiesa, emocionado, Mariano Malón, a quien también le hurtaron esas muestras de cariño.

Desgraciadamente, confiesa el secretario de la Asociación de Recuperación de la Memoria Histórica Batallón Cinco Villas, Javier Sumelzo, muchos no podrán ser identificados, porque ha pasado mucho tiempo. Reclama, en este sentido, que se ponga en marcha de una vez el prometido banco estatal de ADN para cotejar restos.

«Llevamos noventa años sufriendo ese dolor», lamenta Mariano Malón, y Sumelzo se hace eco: «la memoria histórica es remar contra un revisionismo que una parte de la sociedad nos ha impuesto, y que no es real».

Con financiación del ayuntamiento, del Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática y a través de la Federación Española de Municipios y Provincias y de la Diputación de Zaragoza, las excavaciones comenzaron a finales de octubre y acaba de finalizar su primera fase.

El tamiz de la memoria


Han salido a la luz 25 cuerpos, tratados con exquisita delicadeza por un equipo de nueve arqueólogos y antropólogos. Toda la tierra que los rodea se pasa por un tamiz para que no se escape ni una brizna de esa memoria que se pretende recuperar.
De las entrañas de la tierra, los restos son trasladados a un laboratorio donde se les lava, se recomponen, se miden, se analizan heridas y enfermedades y se cotejan con el ADN proporcionado por las familias.

Uno de los cráneos hallados durante las exhumaciones en la fosa del cementerio de la localidad zaragozana de Ejea de los Caballeros. EFE/Javier Cebollada


La abuela de Mariano sí que tiene nicho y lápida. Francisca, una mujer «católica y de misa diaria», fue asesinada el 2 de agosto de 1936 después de que en su casa los sublevados no encontraran al resto de su familia, a la que iban a buscar. En el monte al que su abuelo, su padre y sus tías Rosario y Lourdes escaparon, asesinaron a las dos mujeres y su propio hermano cubrió sus cuerpos con piedras para que no se las comieran los animales.

Las costureras Malón fueron asesinadas por bordar una bandera republicana. A Rosario la encontraron, pero siguen buscando a Lourdes en el monte.

Los familiares, insiste José Antonio Remón, en ningún momento buscan venganza ni rencor, sino que solo quieren «recuperar a sus muertos y tener un lugar al que llevarles flores».

Miedo que pasaba de generación en generación


Pesan esas décadas de un silencio y un miedo que también fue pasando de generación en generación. Durante los cuarenta años de dictadura no se podía hablar de los muertos en las cunetas o en las fosas, pero después el miedo continuó, relata Remón.
Miedo que se unió, analiza, a la inexistencia de una campaña oficial de reconocimiento de los hechos, que derivó en una indiferencia general que fue caldo de cultivo de la ignorancia.

Coincide en ello Sumelzo, quien recuerda el «ruido de sables» que había en España tras la muerte del dictador, lo que impedía «remover» ciertas cosas.

Mucho por excavar


Los nietos y bisnietos de las víctimas sienten, por tanto, que el tiempo se ha perdido al no haber actuado apenas en los cincuenta años que han pasado desde la muerte de Franco. Pero la determinación, hoy día, es imparable: para cerrar las heridas del todo, queda aún mucho por excavar.

Exhumaciones en la fosa del cementerio de la localidad zaragozana de Ejea de los Caballeros. EFE/Javier Cebollada

Y mucho que enseñar, apunta Remón, que se empeña en llevar a chavales de la ESO a visitar la fosa para que conozcan, para que no compren «mensajes tergiversadores de la historia» que son «caldo de cultivo favorable para las ideas de odio». Dos de las chicas que visitaron hace unas semanas la fosa acudieron como voluntarias, al día siguiente, a lavar huesos.

Isabel Poncela