Un grupo de personas participa el pasado viernes en la representación teatral '“Las Burras' de Güímar ”quese celebra en el municipio de mismo nombre en Tenerife, durante el entierro de la sardina de Carnavales. EFE/Alberto Valdés

Historias y leyendas hechizan la noche más carnavalera del valle de Güímar, en Tenerife

Carla Domínguez |

Güímar (Tenerife) (EFE).- Mientras Santa Cruz de Tenerife comienza a despedir su Carnaval con el ritmo y el color del Viernes de Piñata, en el municipio de Güímar, sureste de la isla, el poderío del fuego dio impulso en la noche de este viernes a un mágico hechizo a través del eco de su historia, mitos y leyendas.

Un espectáculo de llamaradas y el traqueteo de una batucada despertó la clásica intimidación y temor de Las Burras, una festividad carnavalera y muy local que lleva celebrándose en el municipio desde 1992 para recordar a una desaparecida vida rural que, “sacrificada”, estaba llena de miedos.

Así, el pueblo güimarero se sumergió por una noche en el instinto de supervivencia que predominó en esa sociedad de antaño, que su vez otorga el valor y coraje para enfrentarse a “lo más feo y grotesco” que pueda presentarse.

Según relata la historia de esta tradicional celebración, lo más horroroso que podía ocurrirle a un campesino era encontrarse una burra en “su cantero”, en su huerta habitual, porque su presencia podía significar algo muy bueno, pero también muy malo.

Fue así como un animal que podía ser un medio de transporte, y una salvación para la cotidianidad, adquirió múltiples connotaciones negativas y sexuales, pues tras su indefensa piel se escondía una mujer perversa, una bruja con ganas de invocar a los demonios y hacerse con todo lo que estuviera a su paso.

UN RECUERDO A LA VIDA EN EL CAMPO

Las miradas de quien observó la representación güimarera en la noche de este viernes reflejaron sentimientos dispares y confusos, pues desde el minuto uno transcurrió un intenso viaje, con fuerte apuesta visual, desde la alegría hasta la sorpresa, aunque también hubo tiempo para la reflexión: ¿por qué tanto miedo?

El artífice de esta tradición, Javier Eloy, explica a EFE que este “profundo miedo” tiene su origen en el claro pesimismo de quien labraba la tierra, que siempre veía el vaso medio vacío tras experimentar las duras condiciones para el desarrollo de la vida en el campo.

La mentalidad alarmante y temerosa se asentó con intensidad en los pueblos del sur, como, Güímar, Arico y Granadilla, los más áridos y desérticos, y se cree que perduró hasta, al menos, los años 60 del pasado siglo.

“Así, si se plantaban papas, no se confiaba en que salieran buenas, y encontrarte una burra en tu tierra no era una salvación, sino un claro símbolo de maldad”, explica Eloy.

UNA MALDICIÓN QUE SE CONVIERTE EN CAMPAÑA POLÍTICA

Una vez el medio rural perdió fuerza, la leyenda cayó en picado entre los güimareros, y fue entonces cuando se abrió un nuevo capítulo de la historia, pues, según se dice en el pueblo, “las brujas desaparecieron con la luz eléctrica”.

Sin embargo, lo que no ha desaparecido para Güímar es el amor a su propia historia, aquella que da forma a la idiosincrasia de sus actuales habitantes y en la que se incluyen personajes históricos que hoy se recuerdan, como el Fraile Andrés.

Se comenta que el religioso no tuvo muy buena fama, y durante su estancia en el municipio, cansado de cuidar y rezar desde Anocheza, en lo alto del valle, maldijo al pueblo con una frase que hoy conserva la tradición oral: “Güímar, Güímar, florecerás, pero nunca granarás”.

De hecho, la maldición caló tanto en el pueblo que hay gente que opina, entre risas, que se ha hecho realidad, e incluso, según añade Javier Eloy, la frase se llegó a usar como elemento clave de los eslóganes en las primeras campañas políticas.

LOS CARNAVALES GÜIMAREROS, HIJOS DE LA DEMOCRACIA

El origen de los carnavales güimareros, como tantas otras fiestas, coincidió con la llegada de la democracia española, porque si bien la dictadura no acabó con los eventos infantiles de los pueblos, el Franquismo persiguió tradiciones “alternativas e irreverentes” como el Entierro de La Sardina, que Güímar logró recuperar en 1990.

Una vez llegó 1992, la fusión de la historia con la tradición gestó Las Burras, un evento en el que hoy participan más de 100 personas que interactúan con fantasía y miedo para lograr una noche diferente y mágica, aquella que ha encontrado su hueco entre el boom y el color del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife. EFE