Soraya Godoy en sus colmenas de La Aldea de San Nicolás. EFE/Isidoro Federico Godoy Suárez

La miel 100 % local de ‘las niñas’ de Soraya Godoy, la apicultora más joven de Gran Canaria

María Rodríguez |

Las Palmas de Gran Canaria (EFE).- Con 23 años, Soraya Godoy Araujo es la mujer más joven titulada en apicultura en Gran Canaria, una vocación arraigada en una tradición familiar que la ha llevado a enamorarse de las que cariñosamente denomina “mis niñas” y a abogar por que se valore la visita a las alrededor de mil flores que necesita una abeja para elaborar una cucharada de miel.

“Mi abuelo fue apicultor, luego mi padre y yo desde pequeña he visto a mi padre irse a las abejas y él me llevaba”, cuenta a EFE Godoy.

“Me encantaba ir, pero lo que es trabajar, que es duro, no me hacía mucha gracia”, admite la joven apicultora al explicar que poco a poco esta actividad, que ahora realiza junto a su padre y su hermano, fue despertando sus ganas y curiosidad.

Godoy asegura que el mundo de las abejas “es precioso. La gente lo ve desde fuera, pero cuando se mete dentro y ve lo que es, se apasiona, quiere saber más y quiere ayudar, porque también ayudas”.

Recogida en botes de medio y un kilo, su miel es producida en la zona más verde de La Aldea de San Nicolás por la abeja negra canaria, especie nativa del archipiélago que se caracteriza por su color negruzco, su adaptación a las condiciones climáticas de las islas y su docilidad, que permite que las en torno a 100 colmenas que tienen vivan a pocos metros de su casa.

‘Las niñas’ de Soraya Godoy recolectan el néctar y el polen de las flores autóctonas de la isla: tajinaste, verodes, tabaiba dulce y hasta flor de las tuneras, que hacen que esta miel sea multifloral.

“Aquí en la isla es muy difícil sacar una miel monofloral, se da, por ejemplo, la de barrilla, que es una flor de costa, muy rica, y alguna otra de castaño; pero es eso, si tienes grandes extensiones de una misma producción se pueden sacar mieles monoflorales, pero esto es una isla, no hay mucho recorrido”, cuenta la técnica apícola titulada en la Escuela de Apicultura de Gran Canaria.

Ausencia de lluvias y floración

La limitada extensión y la ausencia de grandes áreas propias de un monocultivo que puedan ser regadas, como sí sucede por ejemplo en la península, conlleva no solo una menor producción, sino la imperiosa necesidad de que llueva para tener algo de miel. Y, advierte Godoy, “este año no ha llovido”.

“Ahora las abejas deberían de estar a tope, yo ahora te llevaría a las abejas y fliparías, porque las abriríamos, estarían llenas de miel, trabajando, habría una cantidad gigante de abejas… pero no están así, mi padre y yo estamos hechos polvo”, lamenta la joven apicultora.

Soraya Godoy en sus colmenas de La Aldea. EFE/Isidoro Federico Godoy Suárez

Godoy tiene la esperanza de que llueva en abril, pero advierte de los estragos causados por el cambio climático.

“Ellas son muy intuitivas, si ven que hay floración en el campo la reina pone más huevos para que haya más cantidad de abejas y puedan recolectar y trabajar más, pero -continúa- ahora nosotros vamos a una colmena y la vemos con dos cuadros de abejas nada más y es porque la reina no quiere poner huevos porque no hay nada de donde rascar”.

Godoy quiere que se le dé a la miel el valor que merece, revalorizarla, argumentando que no hay ningún producto como este (antibiótico, probiótico, cicatrizante y antiinflamatorio), y por el trabajo que supone para las abejas -pues “para que tú te comas una cucharada de miel, una abeja tiene que visitar unas mil flores”- y para el apicultor.

Y es que, cuando no hay floración, el apicultor se encarga de alimentar a las abejas para que sobrevivan, pero no para que produzcan y, explica Godoy, “tenemos que mantenerlas sin que ello genere un beneficio; a veces es más pasión que otra cosa”.

Cuando hay floración, debe estar atento para ofrecer más espacio a las abejas, que aumentarán en número así como la cantidad acumulada de miel, añadiendo cajones a la colmena, y evitar así que se marchen.

Además, tiene que estar también pendiente de varias enfermedades, algunas de las cuales debe declarar obligatoriamente al Cabildo, y tratar a las abejas.

Y, si ha llovido, una vez al año el apicultor, extraerá la miel.

“Hay muchos fraudes en el tema de mieles”, cuenta Godoy al asegurar que la miel no requiere más que un proceso de centrifugado para separarla de la cera y otros residuos de la colmena, que no altera su composición natural.

“Yo he creado amor y afán de protegerlas, por lo valiosas e importantes que son (son el mayor polinizador del mundo), hay que cuidarlas, son una pasada”, asegura la apicultora a la espera de que haya una gran floración y “sus niñas” produzcan mucha miel y las reinas se pongan “como locas” a poner huevos. EFE