Paco Gómez Nadal y Carmen Alquequi, en La Vorágine. EFE/ Román G.Aguilera

La Vorágine, diez años tejiendo redes para dar vida a los libros

Santander (EFE).- La Vorágine abrió sus puertas el 24 de abril de 2013 con la vocación de ser algo más que una librería. Desde entonces ha organizado 1.400 eventos y ha publicado medio centenar de títulos, que han viajado a ferias internacionales como las de Bogotá y Guadalajara (México), tejiendo redes desde “la periferia cultural”, el barrio del Buen Vivir de Santander.

Allí, en el número 69 de la calle Cisneros, en un local lleno de luz que fue taller y gimnasio, está esta librería y punto de encuentro donde todo, estanterías y mostradores, tiene ruedas para abrirle espacio a la cultura viva, que también sale a la calle al encuentro de la gente. Como este fin de semana en la fiesta de su décimo aniversario, que coincide con el Día del Libro.

“Decimos muchas veces en broma, pero es muy en serio, que la librería es una tapadera, que nadie se imagina todo lo que hay detrás de esto”, cuenta a EFE Paco Gómez Nadal, uno de los fundadores del colectivo La Vorágine, que recuerda el escepticismo con el que fue recibido esta proyecto hace una década: “Cuando arrancamos todo el mundo nos dijo que era imposible”.

La respuesta de los entusiastas que pusieron la semilla del proyecto fue “danos seis meses y demostramos que es posible, si nos dais un año se consolida”. Y con el tiempo han superado las expectativas con creces: “No solo por el tamaño que ha adquirido, sino por el impacto en la vida de la región y más allá, porque la pandemia nos abrió a otros lugares del planeta”.

“No por estar en un lugar periférico, y somos conscientes de lo que supone ser periferia, nos sentimos aislados, estamos muy conectados y haciendo muchas cosas en muchos puntos”, señala.

Apoyo mutuo

La Vorágine ha llevado los libros de su sello editorial a las ferias más importantes de América Latina y este fin de semana forma parte de “una parada” en San Jordi porque, como recuerda Carmen Alquegui, librera y miembro del colectivo, trabaja en red con otros proyectos.

Ya hace 25 años, apunta, surgieron iniciativas como Traficantes de Sueños, en Madrid, que se han consolidado como editoriales independientes. Son las “hermanas mayores” de La Vorágine, que vieron en los libros “una herramienta para la transformación y el pensamiento crítico”.

“No tenemos la capacidad del mundo editorial comercial, tampoco la queremos, o el músculo económico, pero sí la capacidad de apoyo mutuo”, añade Gómez Nadal. “Somos una treintena en toda España y hay un compromiso más allá de lo que se ve”.

En su colectivo, sin ir más lejos, hay siete personas más una decena de voluntarios y solo dos cobran un salario. “A punta de compromiso” acaban de sacar adelante la “Cartografía de la desaparición forzada en Andalucía”, junto a dos colectivos de memoria de esta comunidad, que se enteraron de que habían hecho un proyecto similar en Colombia.

“Hemos cartografiado 44.300 casos de personas desparecidas o ejecutadas que están en 798 fosas de Andalucía”, explica. “Son ese tipo de proyectos los que nos dan la razón de existir”.

Traspasando fronteras


La editorial arrancó en 2015 con un pequeño ensayo de Antonio Orihuela, “La voz común”, autor también de uno de los últimos libros publicados, “El arte no hace al arte”. Uno de sus ‘best seller’ es “Fascismo de baja intensidad”, de Antonio Méndez Rubio, y hay varios títulos que han traspasado fronteras como “Feminismo de cercanía”, una obra colectiva, o “Negro soy, negro me quedo”, de Aimé Cesaire, uno de los autores extranjeros publicados por el sello.

Además tiene en proyecto traducciones como la de “El silencio de Georg” de Raúl Riebenbauer, que sigue la pista de Henz Ches, ejecutado el mismo día que Salvador Puig Antich.

La Vorágine se abrió del barrio al mundo cuando llegó el encierro. El 18 de marzo de 2020 publicó el primer texto de su blog de pandemia, “Apocaelipsis”. “Nos pasábamos las horas del día solicitando, editando, corrigiendo, traduciendo, diseñando… Mantuvimos la lógica de este espacio, en ese momento de puerta cerrada, abierta al mundo”, dice Alquequi.

Cuando se pudo abrir pero sin aforo se dio la oportunidad a grupos cántabros de actuar, grabando en video y difundiendo sus conciertos.

La Vorágine recibió ayuda de un fondo se resistencia para aguantar durante el cofinamiento y antes, en diciembre de 2018, pudo mudarse al espacio que ahora ocupa, desde el local en el que empezó cuando se le quedó pequeño pero “no tenía literalmente ni un euro en la cuenta”, gracias a un ‘crowfunding’.

En solo un mes recogieron 19.000 euros con los que convertir un gimnasio en librería y unos veinte voluntarios acudieron a montar estanterías y colocar los libros.

Recibir y devolver

Y su lógica es devolver. Acaban de crear un fondo de resistencia de lectura, con aportación de la librería y de otros, para que nadie tenga que renunciar a llevarse un libro a su casa por razones económicas, un tipo de publicaciones además difíciles de encontrar en las bibliotecas, que dependen de lo que piden los lectores y suelen ser best sellers. “Si un libro vale 15 euros y puedes poner cuatro pon cuatro, que irá para otra gente”, apunta Gómez Nadal.

La Vorágine, que se declara “politizada como todo en la vida” y orgullosa de estarlo, ha tejido también alianzas con sus vecinos, en la periferia del centro de Santander, con una iniciativa que se llamó el Barrio del Buen Vivir, de la que ha quedado “una semilla”.

Pero, según Gómez Nadal, por lo que el barrio les va a recordar toda la vida es por su alianza con el colegio que está pared con pared con la librería, Cisneros, para transformar un espacio muy deteriorado entre los dos edificios en el “Espacio Libertad”. Donde ante había suciedad y basura, ahora hay tres murales y plantas que ya han florecido. EFE

Por Lola Camús