Molledo (EFE).- Cuando lavar la ropa no era un acto privado sino público del que se encargaban las mujeres, los lavaderos conformaban un espacio de socialización en el que las niñas se preparaban para ser esposas y madres o aprendían lo que estaba bien visto o no en la conducta de una mujer.
“No solo se iba ahí a charlar. Era un espacio de construcción del modelo de mujer de la época”, explica en una entrevista con EFE la memorialista Cruz Urdiano.
Junto al Movimiento Cultural Iguña, Urdiano ha impulsado la recuperación de la memoria de esas mujeres, que se ha plasmado en un libro y en una exposición que ya ha pasado por varios municipios y que se puede visitar en el espacio Magallanes, en Santander, promovido por la Universidad Permanente de Cantabria (UNATE).
Recoger la memoria
El proyecto, explica, busca contar la historia de los lavaderos pero también intenta animar a recoger toda esa memoria que “está todavía en las familias, en los barrios y en pueblos”, no solo del Valle de Iguña, sino de toda Cantabria y España.
“Mujer, Agua.. Memoria” surgió a raíz de una propuesta de este movimiento cultural para limpiar uno de los lavaderos de Iguña, y ha cristalizado en la recogida de los testimonios de 35 mujeres, nacidas en su mayoría en la década de 1940.
Aunque todas tienen su punto de vista, incide Urdiano, sí se refleja que en los lavaderos se hacía algo más que limpiar ropa, ya que suponían uno de los espacios principales de socialización de las mujeres de esa época.
“Allí iban las niñas, las mozas (…) escuchaban lo que estaba bien y lo que estaba mal, las conductas aceptadas. El lunes se explicaba todo lo que había pasado en el baile el domingo. Lo explicaban entre ellas y las mayores marcaban el rango: eso está bien, eso está mal, de esto no te fíes”, dice.
Risas y ‘piques’
Además de “risas” también había “piques” y los problemas entre las mujeres se decían “a la cara” en los lavaderos. “Ir ahí era mejor que ir al juez”, señala una de las entrevistadas en el libro.
Se intercambiaba, según se desprende de los testimonios recogidos, información de índole sexual, aunque con los tabúes de la época, que hacían que, por ejemplo, se escondieran y se trataran con pudor los paños de la regla.
La historia de los lavaderos también se lee en clave económica, ya que no todo el mundo acudía al lavadero: las familias más pudientes contaban con recursos suficientes para canalizar el agua de lluvia y construir pilas interiores en sus casas para lavar.
Un proceso arduo
Además del componente social, la investigación del Movimiento Cultural Iguña ha reflejado el arduo proceso de un día que suponía – casi siempre los lunes- ir a lavar la ropa.
Un proceso en el que, además, casi nunca participaban los hombres, que “como mucho ayudaban al transporte”, según los testimonios recogidos.
Al envejecer, muchas de esas mujeres han tenido problemas de salud asociados a ese trabajo, que les acarreaba grandes pesos en las cervicales y la columna o les congelaba las manos en las épocas de más frío.
Los lavaderos dejaron de estar en uso en este valle alrededor de la década de 1970, cuando llegó el agua a todos los pueblos de la comarca.
Desde entonces, estos espacios han estado en desuso y aunque en la región cántabra se ha impulsado la puesta en valor de algunos lavaderos, otros muchos han quedado olvidados y abandonados. EFE Por Pablo Ayerbe