José Anselmo Moreno |
Valladolid (EFE).- El entrenador vallisoletano Manuel Retamero ha trabajado en diez países como entrenador o director deportivo y, aunque no sabría decir si es el técnico español más internacional, relata historias que solo están al alcance de un auténtico “trotamundos” y que le han sucedido en países tan lejanos como India, Mongolia, Guinea, Libia, Baréin, Egipto, Kuwait o Camboya, donde ahora se encuentra.
Transitando por el camino del fútbol ha ido acumulando experiencias y aprendiendo idiomas: inglés, italiano, polaco, árabe y hasta su hija Silvia, que le ha acompañado en algunos destinos, tiene ya nociones de varios de ellos. Un día la sorprendió hablando en árabe mientras jugaba en un parque.
El sueño del técnico vallisoletano era ser periodista deportivo, pero primero fue jugador y después un entrenador errante, que acumula una historia universal y llena de aventuras, al punto de que está trabajando actualmente en un libro, a medias con un periodista, en el que se combinan aspectos metodológicos del fútbol con historias humanas. En suma, fútbol y vida.
Recodando para EFE sus vivencias, relata que la pandemía le perjudicó muchísimo, ya que tuvo que volverse de su experiencia en Guinea al pararse la competición.
Antes de su periplo internacional entrenó, entre otros, al Real Valladolid B, Íscar, Betis de Valladolid, Arces y a La Granja segoviano y, de sus experiencias internacionales, destaca la de Mongolia, donde fue subcampeón de Liga y campeón de Copa y Supercopa al frente del Ulán Bator City.
Mongolia y Camboya
Hasta llegar a Mongolia, junto a Camboya el país “más tranquilo y con menos estrés” donde ha trabajado, Retamero pasó en 2014 por su destino más convulso: Libia. Tras varios meses en el paro, ya no aguantaba más y dejó su casa en Villanubla (Valladolid) para marcharse lejos, muy lejos.
Fue entonces cuando aterrizó en Trípoli para convertirse en director técnico del Al-Ittihad, el club más laureado de Libia. Con 39 años, lejos de su casa y de su hija recién nacida, comenzó una historia en la que vivió experiencias brutales.
Sabía dónde iba. No hacía mucho de la muerte de Gadafi y justo coincidiendo con su llegada comenzó una guerra aunque, en medio de ese conflicto, también asomaba el fútbol.
Retamero se hallaba en una ciudad donde las armas estaban en cualquier parte, incluso en su hotel. Cuenta que le recibieron en el aeropuerto con flores, no pasó ni el control de aduanas, pero una vez en el taxi vio la mala situación del país y se lo pensó, pero decidió tirar hacia delante.
El ruido de los disparos los escuchaba a diario, el club estaba ubicado al lado del parlamento, donde surgían los problemas e incluso relata que en un partido, escuchó tiros y, de repente, cruzaron el campo personas huyendo, una llevaba un disparo en una pierna y el partido siguió, como si nada.
Para moverse por el país tuvo que pasar habituales controles policiales en los que tres palabras le abrían todas puertas: español, Javier y Clemente. El técnico vasco era entonces seleccionador nacional y un ídolo para los libios.
“Cuando me veían el pasaporte, preguntaban si era más del Barcelona o del Madrid y después me hablaban de Javier Clemente. De ese modo yo podía seguir mi camino sin muchos problemas”, dice.
También cuenta que en la embajada le cuidaban y le mimaban especialmente, incluso se iba con los funcionarios a correr por la mañana.
Una oferta desde Baréin acabó con su aventura en Libia antes de que las cosas se pusieran peor. En Baréin vivió dos etapas. La primera, como seleccionador sub-19 y director deportivo de la federación. La segunda, después de una breve estancia en Estados Unidos y en la India, como entrenador del Budaiya.
Contrastes en Baréin
Dice que en Baréin hay lujo pero también muchas diferencias sociales, está el árabe con dinero y luego la clase social más baja, personas que escapan de sus países para trabajar y que tienen salarios bajísimos. “La mayoría son tailandeses o de Bangladesh”, asegura.
En su segunda etapa en el país, comprobó que las condiciones que había acordado no se cumplían y se marchó. Nada más irse, tuvo una oferta para entrenar en Mongolia. No dudó en aceptar.
Antes de Mongolia, vivió una breve etapa en la India al frente del Aizawl, al que logró ascender a la Liga I ganando el campeonato. Allí es un héroe y aún le piden que vuelva.
“Me invitaban a la iglesia y me reclamaban que no hubiera partidos los domingos porque la iglesia era lo primero para ellos y ese día la misa duraba el día entero, no se hacían otras cosas”, asegura.

Y de ahí a Ulán Bator, la capital de Mongolia, con temperaturas que llegó a sufrir de hasta 30 grados bajo cero. Asegura que en Mongolia son muy forofos y que hay mucho seguidor del Real Madrid.
Cuenta que un día el presidente del club le pasó un papel con una sugerencia de alineación y estilo de juego, pero él no lo admitió. “Allí enseguida te etiquetan como tiki-taka porque valoran mucho el fútbol español, pero a nivel metodológico les falta mucho”, asegura.
Una liga potente, por ejemplo, dice que es la de Egipto, allí fue a trabajar como director técnico de una academia, lo anunciaron por redes y le paraban por la calle para decirle que iban a llevar a sus hijos al llegar un técnico desde España. Comprobó entonces que los técnicos españoles estaban adquiriendo mucho prestigio, sobre todo tras el Mundial de Sudáfrica.
Dice que todas las experiencias enriquecen, aunque a veces vivió situaciones muy dramáticas: “Chicos que me pedían limosna porque no tenían para comer o venían a probar al club con los zapatos rotos, cosas tremendas”.
Concluye diciendo que “cuando vuelves a Valladolid valoras más lo que tienes”, aunque matiza que siempre está dispuesto a hacer las maletas. De las ofertas lejanas ha rechazado Jordania, ya que viajó y no lo vio claro.
A primeros de año volvió a Camboya, donde seguirá. Admite que la calidad de vida y la tranquilidad allí son inmensas y concluye que “es un buen sitio para vivir”. No obstante, mantiene su sueño de volver a trabajar en España aunque su nombre, uno de los más comunes en España, haya sonado ya por cuatro continentes. Y lo que queda. EFE