El titiritero argentino Miguel Ángel Ordóñez posa en el taller donde crea las marionetas y títeres que utiliza para sus representaciones en la Casa de los Títeres de Paredes de Nava (Palencia). Ordóñez ha dejado de ser un titiritero ambulante para asentarse en su propio museo y reivindica el oficio de "titiritero profesional" como una rama más del teatro tanto en la representación como en la construcción de las marionetas. EFE/ Almudena Álvarez

Miguel Ángel Ordóñez, el argentino que vive del cuento en un pueblo de Palencia


Almudena Álvarez | Paredes de Nava (Palencia) (EFE).- Ha recorrido miles de kilómetros hasta encontrar en Palencia su lugar en el mundo, en Paredes de Nava. Es aquí, en la España vaciada, donde Miguel Ángel Ordóñez ha dejado de ser un titiritero ambulante para convertirse en el argentino que vive del cuento en su propio museo.

“Nací en el siglo pasado en Argentina”. Se presenta. Fue hace 74 años en la ciudad de Córdoba, por donde un día pasó un titiritero que de niño le marcó el camino. Estudió Bellas Artes, ejerció al otro lado del Atlántico como profesor superior de Bellas Artes, Artes Plásticas y Teatro y fue durante una clase de escultura cuando se dio cuenta de que lo que quería era que sus esculturas hablaran y se movieran.

“Ahí supe que lo que yo quería era trabajar con marionetas que tuvieran vida”, explica a EFE. Por eso decidió “salir a los caminos” y hacerse “titiritero profesional”, un oficio que reivindica como una rama más del teatro tanto en la representación como en la construcción de las marionetas.

Con ese sueño en las manos voló de joven a España, donde ha tenido una vida intensa dentro de la compañía Cristoforo Colombo, con la que viajó por el mundo y de la que heredó muchos de los títeres, muñecos, marionetas y máscaras que ahora tienen su casa en Paredes de Nava.

“Cuando se disolvió la compañía a mí me tocaron todos los títeres que habíamos construido”, explica. Entonces ya estaba en edad de jubilación, sin lugar para almacenar tantos muñecos y con la intención en la cabeza y el bolsillo de quemarlos porque no tenía ‘plata’ ni lugar para conservarlos.

Un viaje de 11.000 kilómetros

El destino quiso que en un viaje a la Montaña Palentina conociese al alcalde de Paredes de Nava, Luis Calderón, que decidió dar cobijo a títeres y titiritero en un local del pueblo a cambio de que Miguel Ángel mostrara su arte a los vecinos de este pueblo palentino, a más de 11.000 kilómetros de su localidad natal.

Fue así cómo aquellos títeres que habían contado infinitos relatos en Marruecos, Rusia o Suecia decidieron, hace ya seis años, sentar cabeza y establecerse definitivamente en la Tierra de Campos palentina, en medio de la España vaciada, donde títeres y titiritero han encontrado una nueva vida.

Desde aquí ha decidido conservar “el viejo arte del titiritero o el teatro popular”, un oficio que reconoce “en vías de extinción” a pesar del renacer de encuentros de titiriteros. “Hay grandes compañías de títeres pero titiriteros que venimos de ser ambulantes quedamos pocos”, afirma. “En cien kilómetros a la redonda no hay nada como esto”, añade.

Reconoce que puede ser algo “extemporáneo” pero quiere devolver a la sociedad la magia de un tiempo en que en los pueblos vivían la magia de los espectáculos ambulantes, viejos circos, titiriteros, las comedias y músicos que recorrían todos los rincones llevando su arte.

Y, aunque hoy en día hay otros estímulos a través de Smartphones, tablets y plataformas digitales y la gente puede desplazarse a las ciudades para ir a ver un espectáculo, asegura que consigue “embobar” a quien tenga la osadía de sentarse en las butacas de su teatro y desconectar el teléfono móvil.

Magia e imaginación

Cuenta con la ventaja de que “los muñecos son mágicos” y de que todos llevamos a un niño dentro. Y consigue embaucar con sus historias a los chavales de los institutos, a priori un público más difícil y descreído. “La mayoría de los adolescentes no ha ido nunca al teatro y se quedan maravillados de que dos personas puedan dar vida a tantos personajes solo con sus manos”, asegura.

Esas dos personas son él e Irene, que pertenece al grupo de teatro local Aldagón. “Somos comediantes, cogemos los muñecos y contamos las historias como las contaban los cómicos ambulantes”, señala Miguel Ángel.

Hoy todo lo que puede verse en la Casa de los Títeres ha salido de su imaginación y de sus manos. Justo encima del teatro hay un taller donde se dan la mano el día y la noche, con pesadillas incluidas, hasta que consigue dar forma a los personajes que él mismo se encarga de despertar. Incluidos un Quijote con su Sancho Panza preparados para entrar en acción “cuanto encuentre actores que se atrevan con Cervantes“.

Los hay de todo tipo, pequeños, grandes y enormes, más clásicos o contemporáneos, construidos con distintos materiales, incluidos muchos reciclados, de guante y de varilla, títeres en la sombra, títeres que se mueven desde dentro, desde arriba o desde atrás… porque “cada espectáculo tiene su estilo y sus títeres”. Pero el héroe siempre es el valiente Pulcinella, “el liante” que aparece en todas las obras, el más tradicional y universal, aunque en cada sitio reciba un nombre distinto, Polichinela, Petrusca, Monsieur Guiñol, Cristobita o Chupagrifos, entre otros.


Son figuras artesanales, únicas, pero no son títeres para exponer, tienen que ganarse la vida y trabajar. Y todos ellos, sin excepción han trabajado en alguna obra. Algunos han pisado escenarios en medio mundo, otros se hacen por encargo para las pocas compañías que quedan, también se hacen restauraciones de gigantes y cabezudos para los pueblos de alrededor, y otros han nacido para contar historias a los niños y abuelos que acuden a la Casa de los Títeres de Paredes.

Hasta aquí llegan escolares de toda la comarca y de otras provincias y comunidades autónomas, principalmente Madrid y Cantabria, “porque teatros de títeres como este, con titiriteros que hemos sido ambulantes, hay muy pocos en España”, asegura Ordóñez.


En Paredes de Nava todavía puede disfrutarse de esa forma de espectáculo. Basta sentarse en las butacas y esperar a que empiece la magia. EFE