La historia de película de la catalana Fractus, cuya tecnología usa tu móvil

Martí Puig i Leonardi

Barcelona (EFE).- Desarrollaron una tecnología revolucionaria, abrieron dos fábricas en Asia, estuvieron a punto de vender su empresa por 65 millones de dólares, esquivaron la quiebra en el último suspiro y decidieron demandar a los principales fabricantes de móviles y operadores de telecomunicaciones.

Es la historia de Fractus, empresa con sede en Sant Cugat del Vallès (Barcelona) fundada en 1999 por Carles Puente, que desarrolló las antenas fractales, y Rubén Bonet, consejero delegado y presidente de esta compañía, sobre cuyas primeras dos décadas de vida trata “Fractus, el ave fénix”, editado por Libros de Cabecera.

A modo de ‘thriller’, Bonet explica desde dentro la trayectoria de una compañía desconocida por la mayoría pero sin cuya tecnología los teléfonos móviles que usamos y las torres de telecomunicaciones que nos dan servicio no serían lo que son: “El camino que hemos hecho es el que tocaba hacer”, defiende el autor en una entrevista con EFE.

Las antenas fractales, el origen de todo

Los primeros teléfonos móviles no eran como los actuales: sus antenas sobresalían de la estructura principal del aparato. Fue Puente quien intuyó cómo se podían integrar las antenas en las carcasas, en vez de ubicarlas fuera.

Lo hizo posible al desarrollar la antena fractal, que cuenta con una pieza metálica geométrica que posibilita que funcione simultáneamente en múltiples bandas de comunicación: “Si no existiera, tendríamos móviles con cuatro o cinco antenas, como si fuera un erizo”, ejemplificaba el cofundador de Fractus hace algunos años.

Puente era investigador de la UPC y de su alianza con Bonet, ingeniero de telecomunicaciones por la UPC y MBA por IESE, nació Fractus: “Fuimos de los primeros, sino los primeros, en constituir una ‘spin-off’ (filial) en Barcelona. No existía la cultura de emprender que existe ahora”, cuenta Bonet.

Fábricas en Corea y China

En un principio, los impulsores de Fractus consideraban que su tecnología sería clave para las torres de telecomunicaciones, pero la ‘burbuja de las puntocom’ (la especulación alrededor de las empresas de internet que tuvo lugar desde finales de los noventa hasta 2001, aproximadamente) hizo que la implementación de la tecnología 3G fuera más lenta de lo previsto.

Así, sin olvidar las torres de telecomunicaciones, cambiaron su estrategia y comenzaron a trabajar para fabricantes de móviles, lo que les llevó a abrir dos fábricas, una en Corea del Sur y otra en China.

“La fase inicial de Fractus pasó por desarrollar nuestra tecnología y por ello necesitamos abrir dos fábricas. Pero llegó un momento en que vimos que el potencial de nuestra tecnología iba mucho más allá”, explica Bonet.

La inminente quiebra y “la catedral de las patentes”

Todo se fue al traste en solo seis meses. Era 2006 y Fractus constató que había perdido a sus clientes y que de seguir así no lograría mantenerse a flote. Cerró las dos fábricas que tenía -y la filial coreana que había abierto- y adelgazó su estructura, pasando de 70 a 20 empleados.

Ello llevó a buscar un potencial comprador y dos gigantes que cotizan en el Nasdaq mostraron su interés: el primero ofreció 60 millones de dólares y el segundo puso sobre la mesa 65.

“Llevábamos hablando más de un año, yo ya sabía el cargo que tendría en la nueva empresa e incluso teníamos la nota de prensa redactada”, rememora Bonet. Pero la cotizada norteamericana se echó para atrás y el abismo pareció inevitable. Los principales inversores quisieron bajarse del barco y solo la ayuda de privados y allegados, que aportaron 2 millones de euros, evitó una quiebra segura.

Todo ello mientras, en paralelo, estaba en marcha el proceso de validación de “la catedral de las patentes” desarrolladas por Puente que la empresa había iniciado ante la oficina competente en los Estados Unidos (USPTO).

“Primero demostramos que nuestra tecnología era exitosa y luego descubrimos que nos estaban copiando en todo el mundo”, señala Bonet. Pero probar eso todavía no era posible. Recapitulando: teléfonos móviles de todo el mundo usaban la tecnología desarrollada por Fractus, pero Fractus estaba a punto de desaparecer.

El negocio de las licencias

Así, llegamos a 2009, año en el que Fractus pasa al ataque y demanda a diez de los principales fabricantes de móviles por hacer uso, sin permiso, de sus patentes. “Nos la jugamos, pero no teníamos alternativa”, indica Bonet.

Todas las empresas menos una llegaron a un acuerdo extrajudicial con Fractus, por importes nunca hechos públicos. Solo Samsung decidió ir a juicio, y perdió: tuvo que indemnizar a la firma catalana con 23 millones de dólares.

Desde entonces el modelo de negocio de Fractus es el de derechos de licencia (royalties), es decir, cobrar una determinada cantidad por permitir a un tercero servirse de su tecnología. En 2009 alcanzó la rentabilidad y a partir de ese año ha facturado 200 millones.

Las torres de telecomunicaciones y el IOT

Y saltamos a 2016, cuando en Fractus comprueban que hasta el 80 % de las torres de telecomunicaciones de los Estados Unidos infringen sus patentes, dado que, ahora sí, el 3G e incluso el 4G se han extendido como una mancha de aceite.

Las antenas fractales también han triunfado en este sector, pues permiten que una sola antena de telecomunicaciones ofrezca servicios 2G, 3G, 4G o 5G sin que tengan que instalarse nuevos aparatos cada vez que aparece una nueva generación de tecnología.

De modo que vuelta a la casilla de salida y demanda a las cuatro principales operadoras de telecomunicaciones de los Estados Unidos, si bien las partes alcanzaron un acuerdo antes de que la justicia norteamericana dictara sentencia.

Así concluye el libro, a caballo entre la novela de suspense y la autobiografía, aunque Bonet explica que Fractus está escribiendo ahora un nuevo capítulo. Tiene el foco puesto en el Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés), la conexión digital de objetos cotidianos con internet, y recientemente ha demandado a las empresas estadounidenses ADT y Vivint, especializadas en alarmas, por no respetar sus patentes en este ámbito.