Sigmarie (nombre ficticio), uno de los migrantes llegados desde Canarias que hasta hace unos días se alojaban en el Centro de Acogida, Emergencia y Derivación (CAED) de Alcalá de Henares. EFE/Guillermo Martínez

Un expulsado del centro de inmigrantes de Alcalá trabaja como peluquero en Lavapiés

Guillermo Martínez | Alcalá de Henares (EFE).- La expulsión inesperada de varias decenas de migrantes llegados desde Canarias que hasta hace unos días se alojaban en el Centro de Acogida, Emergencia y Derivación (CAED) de Alcalá de Henares, donde conviven hasta 1.260 personas, ha dejado en la calle a todos aquellos que no tienen una red de soporte.

Sangmarie (nombre ficticio) es uno de ellos, tiene 25 años y, por el momento, pernocta en un hostal sufragado por Alcalá Acoge, la plataforma que aglutina a diversas asociaciones y personas que se solidarizan con la situación de estos migrantes.

La historia de Sangmarie comienza en Gambia, su país natal. “Mi padre y mi madre murieron, y la familia decidió convertirse al islam, pero yo me negué. Allí los cristianos estamos perseguidos. Un día, me echaron de casa y un amigo me dijo la posibilidad de venir a España”, comienza su relato.

Apostado en la pequeña mesa que tiene en la habitación de su apartahotel, donde duerme con otros dos migrantes salidos del centro de acogida, Sangmarie cuenta que desde Gambia se dirigió a Senegal, y de ahí partió a Canarias.

Más de 100 personas, seis días en el mar

“Hablar de la travesía no es fácil. Estuvimos en una barcaza más de 100 personas durante seis días y solo comíamos galletas y leche. Había cuatro mujeres y algunos chavales de unos 15 años. Yo no podía dejar de vomitar del mareo”, rememora compungido.

Sangmarie es de los pocos migrantes que, además de wolof, también sabe inglés, lo que le ha permitido comunicarse con algo más de fluidez que sus compañeros de viaje. “Nos dirigimos a Tenerife, donde nos dieron algo de comer y ropa, y de ahí me enviaron a Lloret de Mar (Gerona) para terminar internado en Alcalá”, explica.

De su paso por el CAED ubicado en la ciudad complutense tampoco guarda un buen recuerdo.

Según comenta, el poco tiempo que tenían para salir del recinto lo perdían esperando las colas que se formaban para superar los tres controles de seguridad que había tanto a la entrada como a la salida. “Los dos primeros eran de Accem (la entidad encargada de la gestión del Centro) y el último de seguridad”, apunta.

Y continúa: “Teníamos Wifi, pero poco más, ni siquiera una televisión. A las 22 horas apagaban las luces y teníamos que estar todos en nuestras camas. Además, si no llegabas a la hora de servir la comida, muchas veces por lo que tardabas en pasar todos los controles, te quedabas sin comer o cenar”.

En la calle sin previo aviso

En el centro de Alcalá estuvo un mes, hasta que le dijeron que tenía que abandonarlo, sin mayor explicación, según sostiene. Sangmarie se veía en la calle sin saber español ni tener adonde ir. “Yo les dije que no tenía familia o conocidos, pero me obligaron a marcharme. En la hoja que me dieron a mi salida definitiva firmé no conforme, escrito en inglés”, comenta.

Firmó “no conforme” porque ni siquiera era consciente de lo que rubricaba, ya que el documento estaba escrito en español. “Veía a la gente firmarlo sin entenderlo, y les dije que no lo hicieran porque no sabían qué ponía, y muchos de mis compañeros no firmaron”, dice.

Nada más salir, Alcalá Acoge le brindó apoyo y, de hecho, Sangmarie, peluquero de profesión, subraya orgulloso que ha encontrado trabajo en Madrid, aunque sus condiciones laborales distan mucho de las legales: “Estoy en una peluquería y trabajo diez horas al día por 600 euros. No tengo papeles y no puedo trabajar, cuando es lo único que quiero hacer”.

Sobrevivir a la explotación laboral

Al mismo tiempo, la plataforma alcalaína está intentando encontrarle una habitación en la que pueda llevar una nueva vida, pero todas rondan los 300 euros. “Si no trabajo, ¿cómo viviré? En cualquier momento me puedo quedar en la calle”, asegura.

En previsión de lo que pueda ocurrir, Alcalá Acoge le ha proporcionado un colchón inflable y un saco de dormir.

En realidad, Sangmarie se considera una persona con suerte porque “mucha gente sigue dentro del Centro o en la calle. Si no fuera por la ayuda de Alcalá Acoge, yo estaría durmiendo en la calle o en un edificio abandonado”. Al menos por unos días ha podido lavar la ropa y dormir en una cama.

El joven se calienta las manos con un café mientras cuenta sus planes: “Quiero vivir en España y llegar a tener mi propio salón de peluquería, donde poder enseñar también a otra gente”, dice. También quiere aprender español “por si la peluquería no funciona y me tengo que buscar otro trabajo”.

Finalmente, Sangmarie coge su pequeña mochila para ir a las clases de español que recibe en la sede de un sindicato en la ciudad. “Y cuando tenga trabajo y un buen sueldo, volveré a ir al gimnasio, como hacía en Gambia”, finaliza.