A sus más de 70 años y con pensiones bajas no podían "ni soñar" con pagar un alquiler para ellos solos, ni con comprar una vivienda, pero Paco (i) , Mamen (d) , Vicente (d) y Carmen (i) han hallado en el piso que comparten en València un respiro para su economía, "camaradería" para aguantar los "palos" de la vida y una red de apoyo que comparan con "una familia numerosa".EFE/ Ana Escobar

Compartir piso con 70 años: ahorro y una red de apoyo como si fuera una “familia numerosa”

Marta Rojo | València (EFE).- A sus más de 70 años y con pensiones bajas no podían “ni soñar” con pagar un alquiler para ellos solos, ni con comprar una vivienda, pero Paco, Mamen, Vicente y Carmen han hallado en el piso que comparten en València un respiro para su economía, “camaradería” para aguantar los “palos” de la vida y una red de apoyo que comparan con “una familia numerosa”.

“Podía ser una bomba de relojería o un cóctel fabuloso”, asegura Paco Richetti en una entrevista con EFE en el piso que comparte con cuatro compañeros en la céntrica calle Jesús de València, que han convertido en su casa gracias al proyecto “Hogares Compartidos” de búsqueda de compañeros de piso para mayores de 60 años con pensiones bajas y les permite compartir gastos y vivir acompañados.

En el día a día en el piso prima la autonomía y la libertad de movimientos: puede que Paco juegue unas partidas en su club de Scrabble, que Mamen reciba visitas de su hijo de Madrid, que Carmen vaya a clases de escritura y que Vicente vuelva a las calles del barrio del Carmen, donde creció.

13 viviendas, 45 usuarios y 430 solicitudes

Como el piso de la calle Jesús hay otros 12 en València. Son 13 en total que alojan a 49 personas mayores de 60 años, que cobran alguna pensión o prestación y que no tienen vivienda en propiedad.

Son pisos en alquiler que sufragan los residentes: dedican a la cuota de “Hogares Compartidos” el 38 % de lo que perciben de pensión mensualmente, además de 24 euros al mes para suministros.

“Hay muchas personas mayores que son autónomas y que, aunque no tienen los suficientes recursos económicos para vivir solas, no tienen por qué estar en una residencia”, asegura la trabajadora social de Hogares Compartidos Andrea Miquel.

De hecho, la demanda es tal que el año pasado hubo 430 solicitudes nuevas: “Y solo se incorporaron a los pisos, que salen con cuentagotas, tres o cuatro personas, porque la idea es que en las habitaciones que se les asignan pueden estar hasta cuando quieran”.

Por ellos, para luchar contra la soledad no deseada y garantizar el derecho a la vivienda de las personas mayores, se puso en marcha este proyecto, que este año cumple una década de vida, y que no solo facilita el acceso a pisos compartidos, sino también programas de acompañamiento para trámites burocráticos o médicos y una oferta cultural y de ocio que busca “el envejecimiento activo”.

Paco (i), Mamen (d), Vicente (d) y Carmen (i), en la imagen, junto a la trabajadora social, Andrea Miquel. EFE/ Ana Escobar

“Me levanto cuando quiero y me acuesto cuando quiero”

Paco Richetti, de 72 años, es el “veterano” del piso, que inauguró hace tres años y medio, después de que su madre falleciera a los 97 y él no pudiera llegar a fin de mes con su pensión.

“El alquiler de un piso completo no lo encuentras por menos de 600 o 700 euros en la ciudad, y con eso pagas lo peorcito; un piso bueno está en torno a los mil euros al mes”, lamenta porque, con lo que cobra al mes, no podía “ni soñar” con esa posibilidad.

La autonomía en su nueva casa es lo que más valora Paco, que antes de jubilarse tuvo una vida muy activa como representante comercial de los sectores textil y cerámico y ahora celebra poder llevar los ritmos de vida que quiere.

“Me acuesto cuando quiero y me levanto cuando quiero, que suele ser tarde”, reconoce Richetti, a quien le encanta el Scrabble y ha descubierto que el club valenciano de este juego de mesa está a dos manzanas de su nuevo piso.

Vivir con otras cuatro personas le pareció al principio “una especie de Gran Hermano”, aunque los del concurso están “encerrados en la casa” y ellos no, pero ahora tiene otra visión: “He perdido familia pero he ganado compañeros que son como mis hermanos; he pasado de una familia unipersonal a una familia numerosa”.

Quedadas con ‘Los Golfos’, talleres de escritura

La importancia de la red de amistades también es fundamental para Carmen Rosa Lázaro, de 79 años, que cuando vino de Cuba, con más de 50, se encontró sin trabajo a pesar de su titulación en Bioquímica y más sola que en su país natal.

“Esto te da calidad de vida, un techo y tremenda seguridad; me siento en familia”, afirma Carmen, que vio cómo le subían el alquiler en su antigua casa hasta que solo le quedaban 25 euros de su pensión para pasar el mes.

Lo que más disfruta es de la vida activa y la relación con los vecinos de otros pisos de Hogares Compartidos: “Tenemos un grupo, ‘Los Golfos’, y nos gusta tomar cervecitas”.

Pero Carmen también aprovecha las actividades que les facilita la organización y va a conciertos, al teatro e incluso se ha apuntado a un taller de escritura.

Una red ante los “palos de la vida”

Aunque destacan el carácter familiar del piso, todos reconocen que la convivencia entre gente mayor, con “hábitos y costumbres hechos durante años”, no siempre es fácil.

“Esto es una pequeña lotería”, admite Vicente Elías Yago, de 78 años, aunque explica que, cuando hay una plaza libre en un piso, el resto de compañeros puede participar en las entrevistas personales con candidatos a ocupar la habitación.

A su juicio, la convivencia “puede ser difícil, pero sin egoísmo, con respeto, sabiendo escuchar y ponerse en la situación del otro se puede vivir bien”, aun teniendo en cuenta que “cada uno piensa de una manera, incluso política y socialmente”.

“La convivencia, acoplarse a las formas de pensar y de vivir de los otros, como todo en la vida, cuesta un poco, pero con educación se superan los problemas”, considera Mamen Benlloch, de 83 años.

Para esta mujer, que fue profesora, se divorció cuando la memoria del franquismo hacía que le dijeran “qué valiente” y perdió un hijo que era “su brazo derecho”, lo más importante de su nueva forma de vida es “la camaradería”.

“La vida te da palos y a veces necesitas un poco de apoyo”, asegura, y esa red la ha encontrado tanto en sus compañeros de piso como en los trabajadores del equipo de Hogares Compartidos: “Se preocupan por ti, te acompañan”.

Al final, considera, la receta para una convivencia feliz, en la que cada uno haga su “santa voluntad” pero se pueda vivir bien en grupo, está en “no molestar pero hacerse compañía” y, sobre todo, en no olvidar nunca el principio de “no hacer a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”.