David Álvarez |
Salt (Girona) (EFE).- Angélica Liddell, la gurú de la vanguardia teatral, acaba de dar el último giro a su guion con una invitación al suicidio a los espectadores que han acudido a las 5:45 horas al estreno de ‘Seppuku’, una petición de fin de vida desde el delirio artístico.
Su alegato ha emocionado a quienes han aguantado una sucesión de rituales entorno a la muerte que incluían una extracción de sangre sobre el escenario, poco apta para hematofóbicos; y un madrugón obligado por exigencia de Liddell.
La elección de la hora era una parte más de todo el elogio del suicidio, con el objetivo de que, al salir del teatro, el público se encontrase con la salida del sol, el momento del día en que se realiza el ‘Seppuku’.
Ese nombre japonés responde al ritual completo que, en aquel país de tradiciones ancestrales, culmina con el acto de acabar con la vida por voluntad propia.

El placer de morir, de Mishima a Liddell
El festival Temporada Alta, el lugar en el que Angélica Liddell se ha acostumbrado a estrenar sus creaciones, aceptó por supuesto la imposición horaria, entregado a lo que la actriz y dramaturga quisiera desplegar sobre el escenario.
Y lo que ha desplegado es ‘Seppuku. El funeral de Mishima o el placer de morir’. Ese es el nombre completo de la pieza, que adora la figura de Yukio Mishima.
Como Liddell, Mishima era dramaturgo y el suicidio fue la forma que escogió para poner fin a su vida con unas palabras finales que se le atribuyen, en las que pone en duda que la gente hubiese realmente escuchado las ideas que expuso y defendió en sus obras.
Rechazo a los de su especie
Lo mismo hace la artista de Figueres (Girona): exponer todo el rechazo que le producen los de su especie, tal y como expresa sobre el escenario; e invitar al público al suicidio, para acabar convencida de que, en realidad, nadie ha hecho suyo el mensaje.
Angélica Liddell pide «el fin de la vida» durante un largo monólogo en el que reclama también al arte que se salga de sus límites y enarbola la bandera del exceso.
Eso es casi al final, porque al principio aparece bajo las notas de la canción ‘Big in Japan’ de Alphaville, pero en una versión entre lo hardcore y lo punk.
El mismo tema, pero el original, es el que despide el espectáculo, un guiño a 1984, cuando Liddell tenía dieciocho años y ni una arruga en su cuerpo.
La vejez y la muerte
Porque la vejez, la lacra que supone acumular años, es otro de los asuntos que aborda la obra y un problema que tiene solución con el suicidio, un argumento más de la dramaturgia.
De ahí que Angélica Liddell, que pasa buena parte del tiempo desnuda, es la única que oculta su cuerpo en el momento final, cuando se hace acompañar por cuatro jóvenes que, ellos sí, muestran sus torsos para presumir de lozanía en contraste con ella.
La pieza se estructura a partir de diferentes rituales, para los que Liddell se acompaña principalmente de dos actores japoneses, Ichiro Sugae y Kazan Tachimoto, sobre un tatami blanco en el que el rojo simboliza la sangre o la resalta cuando es real.
«¿Cuándo voy a morir?», se pregunta insistentemente la protagonista, que, al final de la pieza, rememora una vez más a Mishima en el año del centenario de su nacimiento, para defender que «morir es emerger».
Entradas agotadas en menos de cinco minutos
Como estaba previsto, el público se encontró a la salida con el sol y los comentarios coincidían en que lo que acababa de producirse era algo diferente a lo que tiene lugar sobre un escenario, horario incluido.
Con Angélica Liddell, el Temporada Alta ha coronado su semana de programadores en la que el teatro de vanguardia reclama su espacio en salas y festivales, ahora denominada la semana del Big Bang.
Por el Big Bang pasan también figuras como la argentina Marina Otero o la belga Miet Warlop, pero lo de Liddell era definitivamente lo más esperado, con entradas agotadas en menos de cinco minutos en cuanto salieron a la venta. Otra cosa. EFE