“Españoles: Franco ha muerto”. Con esta frase que ha pasado a la historia de España los ciudadanos recibían un 20 de noviembre de 1975 la noticia del fallecimiento del dictador que dirigió los destinos del país durante 39 años.
Cuarenta y cuatro años después, la exhumación de sus restos del complejo monumental del Valle de los Caídos hasta un cementerio situado en el municipio de El Pardo, a unos 15 kilómetros de Madrid, donde está enterrada su mujer, Carmen Polo, trae de nuevo a la memoria de los españoles aquella fecha.
Los que ya tenían una edad recuerdan con detalle los acontecimientos de esos días, desde el anuncio televisivo en boca de un compungido Carlos Arias Navarro, quien ejercía de presidente del Gobierno durante la dictadura franquista, a las exequias fúnebres y el posterior camino hacia la transición democrática.
Pero existe una generación que vivió su muerte cuando eran niños y otra cuyos recuerdos están hechos de retazos, ya que nacieron inmediatamente después. Son la primera generación sin memoria.
UN DÍA SIN CLASE Y CUMPLEAÑOS MUY ESPECIALES
Mercedes tenía 8 años cuando Franco murió y se acuerda “perfectamente” de los días previos, “eso de estar pendientes de los telediarios siguiendo la evolución de su salud”. También del día en que falleció: “no fuimos al colegio, por tanto para nosotros fue fiesta”.
En su memoria quedaron también “las largas colas que se veían en la tele de la gente que iba a darle el último adiós y de cuando Arias Navarro lo anunció, porque me conmocionó mucho su cara de pena”.
Quizá más que de la muerte, Mercedes tiene un recuerdo más vívido de cada 4 de diciembre, fecha en la que tanto Franco como ella celebraban sus cumpleaños.
“Siempre había algo especial, no recuerdo muy bien qué, no se si no había clases por la tarde o algo así, a parte de que se decía en todos los telediarios, algo especial había que yo estaba agradecida de que pudiera celebrar mi cumpleaños con más emoción”, relata.
FÚTBOL Y MUCHO TIEMPO PARA JUGAR
Dos años más que Mercedes tenía Rafael cuando Franco murió y su memoria va más allá y recuerda que, “desde el día del fallecimiento – un jueves- hasta el fin de esa semana y una semana entera más fue declarado festivo”.
“Y de ahí nuestra felicidad, porque pudimos jugar al fútbol y al escondite”, rememora.
“Pero cuando volvimos al colegio, dice, nuestro maestro se lamentaba del tiempo que habíamos perdido”, subraya.
RECUERDOS DE VERANO
Para Mercedes los recuerdos de Franco no se limitan al día de su fallecimiento, también el general español marcó una de sus vacaciones de verano.
“Recuerdo un verano en la Torre del Vinagre, una casa forestal en la Sierra de Cazorla -un parque natural situado en la provincia de Jaén, en el sur de España. Estábamos allí porque mi padre era ingeniero del ICONA, el Instituto para la Conservación de la Naturaleza en aquella época, donde Franco solía ir a cazar”, relata.
“Podíamos estar en todos los sitios, la sala de reuniones, el salón, el comedor … pero el único sitio donde no podíamos entrar evidentemente era en la habitación de Franco, pero a mi cada vez que me surgía la oportunidad intentaba colarme y lo conseguí. Lo recuerdo todo muy granate, colcha y cortinas granates”, describe.
También que “nos dijeron que íbamos a tener un teléfono de ducha (un formato de teléfono muy moderno para la época) y yo pensaba que como era jefe del Estado le iban a poner un teléfono en la ducha para hablar con todo el mundo mientras se bañaba”.
DE LA INCERTIDUMBRE A PODER VOTAR
Mercedes recuerda los días posteriores a la muerte de Franco como “con cierta incertidumbre en mi entorno y en el país por lo que podría pasar”.
“Y también la sensación de que por primera ver la ciudadanía podía ser partícipe de la política. Las sensaciones de mis padres de poder votar por primera vez, eso si que lo recuerdo bien”, dice.
A pesar de todo no es partidaria de la exhumación del dictador: “Lleva ahí 40 años. Está ahí y ya está. Remover esto implica algo que no me gusta nada y es abrir las heridas a las dos españas y provocar un nuevo enfrentamiento cuando lo que realmente tendríamos que hacer es olvidar”.
“Creo que en España hay muchas más cosas que hacer y mucho más graves como para perder el tiempo en remover el pasado”, remarca.
UNA DICTADURA DULCIFICADA
Franco murió en 1975, y tres años después nació Javier, en plena transición española hacia la democracia y casi coincidiendo con la aprobación de la Constitución en diciembre de 1978.
“Cuando era pequeño Franco era poco menos que el anticristo”, dice, y “me ha flipado ver cómo con los años se ha dulcificado el relato de su dictadura por generaciones cada vez más jóvenes. Igual porque yo pertenezco a esa generación nacida inmediatamente después de su muerte y del comienzo de la democracia”.
Y “nunca he entendido que en todos estos años de democracia hubiese que pasar por la carretera girando la cabeza para no ver la cruz del Valle de los Caídos y todo lo que de exaltación suya conllevaba. Haciendo como que no estaba ahí”, añade.
FRANCO NO HA MUERTO PARA ALGUNOS
La sensación de que con los años se ha “dulcificado” la imagen de Franco y de su gobierno la tiene también Rafael, para quien además las víctimas de la dictadura han sido relegadas a un segundo plano.
“Yo veo como los conceptos de dictadura y dictador se han relativizado con el tiempo y que Franco es el gran protagonista de esa época pasando por encima de las víctimas, no se empatiza nada hacia ellas, no se les de esa categoría y cada vez se desdibuja más el escenario hacia una dictadura blanda”, señala.
“Y lo más importante -añade-, a Franco todavía se relaciona más con guerra civil que con dictadura, cuando debería ser al contrario porque nadie duda de las atrocidades que se cometen en las guerras en ambos bandos. Lo que está en cuestión es lo que pasó después, y eso está demasiado reciente para muchas generaciones, Franco no ha muerto aun para una parte de España”.
UNA INDIFERENCIA “BRUTAL”
El lo que le produce a Álvaro, de 36 años, la exhumación del dictador del Valle de los Caídos.
“A veces pienso que Franco está enterrado bajo la Puerta del Sol, en pleno centro de Madrid, y que todos pasamos por ahí diariamente…pero no, está un monte perdido de la mano de Dios, bien lejos afortunadamente”, explica.
“Pues veo que no parece suficiente, y la verdad es que me genera una indiferencia brutal, quizás porque soy de otra época y la guerra política no me interesa”, remarca.
Alida Juliani