Anguiano, (EFE).- Ocho danzadores revivieron la ancestral tradición de lanzarse por una cuesta empedrada y con escaleras, en Anguiano, para honrar a Santa María Magdalena, en un rito que aúna colorido, arrojo y sangre fría, con cientos de personas agolpadas en torno a los protagonistas de la exhibición de “peonzas humanas”.
El sol ha acompañado durante todo el acto y ha permitido que los vibrantes colores del vestuario de los danzadores brillasen de forma especial entre la multitud que los arropaba y animaba mientras se tiraban por la cuesta subidos a sus zancos de madera, de casi medio metro de alto, lo que configura un ritual que ha concluido sin incidentes reseñables más allá de alguna caída.
No existen indicios precisos del origen de este rito, del que existen testimonios escritos desde 1603; algunas teorías inciden en los elementos paganos de la tradición, como el vestido entre amarillo y naranja que se podría referir al sol, igual que los giros, como un modo de dar gracias al astro rey por las cosechas; otras aluden a cómo los zancos eran usados para andar en la nieve en esta zona de la sierra riojana.
En cualquier caso, Anguiano y La Rioja han convertido esta colorida tradición en una seña de identidad conocida internacionalmente, en la que al son de la música tradicional los danzadores giran una y otra vez sobre sí mismos mientras centenares de personas siguen sus evoluciones e impiden que den con sus huesos en el suelo empedrado.
Este día de Santa María Magdalena, patrona de esta localidad riojana, se ha iniciado, como cada año, con los pasacalles, una procesión y una misa, tras la que los danzadores se han dirigido a una empinada cuesta repleta de personas expectantes por volver a verlos bailar en directo.
De forma energética e ininterrumpida, los ocho danzadores han bajado girando por las escaleras vestidos con una falda amarilla de altos vuelos y un corpiño de colores mientras tocaban las castañuelas al son de dulzainas y tambores, confiando en que el público pudiera contribuir a pararles al final de la cuesta, como así ha sido.
La parte del vestuario de los danzadores que siempre llama más la atención del público, junto a la colorida falda al vuelo por las vueltas, son sus vertiginosos zancos de 50 centímetros, más la espiga, realizados con madera de haya en Nájera.

La danza final
Uno de estos danzadores ya ha anunciado que “colgará” sus zancos después de este año, se trata de Daniel Sáenz, quien, tras 16 años de lanzarse por la cuesta, dejará su hueco en la formación a las nuevas generaciones tras las vueltas que también se realizarán el próximo septiembre.
Sáenz (Logroño, 1991) ha explicado a EFE que toma esta decisión debido a que “hay que dejar paso a las chavales jóvenes para que dancen” y, aunque no todavía no tiene un sucesor, “hay una cantera” de nuevos danzadores que pueden ocupar su puesto en la formación de ocho titulares.
“Es una tradición única, la hizo mi abuelo, la hizo mi tío… entonces, siempre ha sido especial la verdad, pero en estos días previos, como estoy hablando con más periodistas, toca un poco más porque te vas acordando de todo lo que has hecho estos años”, ha indicado este danzador, que para finalizar su periplo como tal ha protagonizado una de las caídas al empedrado del día, aunque sin consecuencias.
Ha destacado que lo mejor de haber participado más de una década en esta actividad es haber podido “colaborar de alguna forma con que la tradición siga estando viva y la gente la siga disfrutando, al final, te sientes un privilegiado por haber vivido todo esto”.