Ana Lumbreras | Logroño, (EFE).- «Estábamos convencidos de que en algún momento le íbamos a dar la vuelta (a la pandemia de la covid-19), se le iba a dar la vuelta, se iba a ganar, era un partido que al final se iba a ganar. No sabíamos cómo, pero, al final, sabíamos que lo íbamos a ganar y ese convencimiento es lo que nos mantuvo de pie».
Así lo ha recordado a EFE el intensivista Fernando Martínez Soba, quien asumió la responsabilidad de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) en el Hospital Universitario San Pedro de Logroño hace cinco años, cuando se empezaron a detectar los primeros casos de la covid-19 en La Rioja.
Ese convencimiento de que se ganaría el partido al SARS-CoV-2, causante de la covid-19, «nos mantuvo no solamente de pie, sino que éramos capaces de animarnos, de soportar entre todos el peso y de asumir nuestra responsabilidad» porque «no podíamos abandonar a nuestros pacientes, no podíamos dejar de asumir el riesgo, no podíamos mirar a otro a otro lado», ha subrayado.
Martínez Soba, cuando empezó la pandemia, era el coordinador de Trasplantes de La Rioja, cargo al que regresó una vez superada esta situación, que le resulta difícil de olvidar y fácil de recordar, «cuando se echa la vista atrás, parece increíble que aquello pudiera ocurrir».
Un periodo en el que se pusieron de manifiesto «los valores de la condición humana, como el trabajo en equipo, el sacrificio, la solidaridad y la generosidad» y «un sentimiento de pertenencia» a nivel profesional y social porque «se entendía qué era lo que había que hacer y la gente fue disciplinada, obediente, creyó en las autoridades».
Desconcierto, ignorancia, miedo
«Los profesionales sanitarios estábamos en primera línea y, al principio, sentimos desconcierto, ignorancia, miedo. ¿Quién no tenía miedo?» porque «no sabíamos si nos podíamos contagiar nosotros, si podíamos contagiar a nuestros seres queridos», ha asegurado el jefe de la UCI del Hospital San Pedro durante la pandemia.
Se ha referido a que cuando llegaban a sus casas era «terrorífico» porque no sabían si podían contagiar a sus familias y, al mismo tiempo, se preocupaban por otros seres queridos, como sus padres y sus amigos.
A ello se sumaba la preocupación por la integridad personal de estos profesionales, dado que las medidas de protección y el conocimiento de la enfermedad, al principio, no estaban a la altura, luego sí.
«Es muy difícil de olvidar, aunque no lo estemos recordando todos los días y tenemos que hacer un ejercicio de ir hacia atrás», según Martínez Soba, quien no se olvida de los pacientes que trató durante la pandemia y, sobre todo, «de los que ya no están, de los que perdimos».
También rememora lo que suponía «asumir la derrota como parte de esa lucha, pero también con la esperanza de, en algún momento, poder darle la vuelta».
Hace cinco años, «todo eran malas noticias», sobre todo en la primera ola de la pandemia, cuando era «muy poco probable que un paciente que ingresaba en la UCI saliera de ella con vida».
De 17 a 68 camas de UCI
El sistema sanitario español y todos los profesionales que lo forman estuvieron a la altura, según este médico, quien pone como ejemplo, en el caso de La Rioja, que el Hospital San Pedro cambió su estructura y se adaptó a las circunstancias día a día.
De las 17 camas que tenía la UCI antes de la pandemia, se pasó a 68 en enero de 2021, para lo que se reconvirtieron zonas de quirófano, ya que sólo se operaban las patologías urgentes y oncológicas; y se tomaron medidas en las otras plantas donde también había enfermos de covid-19.

«Era muy duro porque no sabías que te podía venir cada día, si íbamos a tener recursos suficientes…pero, además, nos teníamos que preocupar también de la plantilla porque todos sufrimos desde el punto de vista emocional», ha indicado, «perdíamos a pacientes, a conocidos, a amigos y temíamos por poder perder a nuestros seres cercanos».
Títeres de la enfermedad
Para Martínez Soba, «éramos unos títeres de la enfermedad», lo que también genera dolor «al ver que no puedes salvar a los pacientes, no les puedes ayudar», a lo que sumaba que las familias de los enfermeros no podían acceder al hospital en los primeros momentos ni despedirse de sus seres queridos.
Ha reconocido la pena que le da no haber podido ayudar a esos pacientes que fallecieron, muchos de ellos jóvenes y conocidos.
Recuerda perfectamente la primera vez que entró en la UCI con un equipo epi a ver a un paciente afectado de la covid, quien estaba en estado critico, entubado.
Tuvo la misma sensación que se imagina que tuvieron los soldados de las tropas aliadas que, durante la Segunda Guerra Mundial, desembarcaron en Normandía, quienes saltaban al agua al mismo tiempo que les disparaban y muchos morían.
«Tuve la sensación de que me estaba jugando la vida, pero que lo tenía que hacer. No sabíamos exactamente lo que estaba pasando y no sabíamos si íbamos a librarnos de aquello», pero lo primero era tratar de ayudar a los pacientes, ha afirmado.
Era muy difícil de asumir, ha explicado, «ver a tanto paciente en la UCI al que no podías ayudar y que se iban. Era una derrota tras derrota y, sobre todo, en aquellos que eran más jóvenes, sanos, sin enfermedades previas».
‘Que recen por mi’
Martínez Soba ha incidido en que no le gustaba el reconocimiento social a través de los aplausos que se generalizaron cada día a las ocho de tarde como agradecimiento a todos aquellos que trabajan en la primera línea, en diferentes áreas, para poner fin a la pandemia.
«Cuando estaba en casa, ni mi familia ni yo aplaudíamos porque lo pasábamos francamente mal y no era una cuestión de aplausos. A los médicos, en general, no nos gusta que nos reconozcan en público las cosas. El reconocimiento es más personal, más cercano, más el del paciente y de la familia, no aquello».
«Al revés, yo no necesito aplausos, necesito silencio y si son creyentes, que recen por mí en la religión que tengan. Eso es lo único que yo decía, que es lo que hacían mis padres, rezar por sus hijos», ha subrayado.