Fotografía que muestra cultivos en una comunidad menonita el 16 de marzo de 2024 en Puerto Gaitán (Colombia). EFE/Mauricio Dueñas Castañeda

El ‘Smallville’ de los ultrarreligiosos menonitas en el centro de Colombia

Por Laia Mataix Gómez

Puerto Gaitán (Colombia) (EFE).- La vista se pierde en kilómetros infinitos de cultivos con alguno que otro granero o casa flanqueada por árboles simétricamente cultivados, pero lo que parece un paseo por ‘Smallville’ en EE.UU., está en el centro de Colombia donde la comunidad de menonitas construyó su asentamiento y cambió radicalmente el paisaje de los Llanos Orientales.

La comunidad ultrarreligiosa de los menonitas llegó a Colombia en 2016 en una primera misión de reconocimiento y comenzaron a comprar tierras en el departamento del Meta en 2020, hasta que un pueblo indígena, los sikuani, alzó la voz pues estaban adquiriendo sus tierras ancestrales. Ahora la frontera agrícola les llega hasta la puerta de la casa.

Fotografía que muestra estructuras agrícolas dentro de una comunidad menonita el 16 de marzo de 2024 en Puerto Gaitán (Colombia). EFE/Mauricio Dueñas Castañeda

Sus denuncias de extranjerización de la tierra, acaparamiento y desplazamiento, además de daños ambientales que van desde deforestación hasta afectación de fuentes de agua, están siendo estudiadas por las instituciones colombianas a la espera de una resolución.

Además, esta comunidad que sigue la doctrina anabaptista, fundada en el siglo XVI en Suiza, arrastra denuncias de violaciones y abusos en varios países latinoamericanos, y también de apropiación ilegal de la tierra y daños ambientales.

Los menonitas tienen leyes estrictas, especialmente para las mujeres, y rechazan la modernidad y la tecnología, aunque los que viven en Colombia parecen más laxos, al menos usan WhatsApp y tienen internet en el celular, así como electricidad, un servicio que ellos mismos instalaron.

Liviney, la tierra prometida de los menonitas

Esta comunidad llama la atención en Colombia: rubios, de ojos azules y con acento mexicano, al menos los adultos, ya que llegaron hasta estas tierras desde la colonia de México. Los niños, en cambio, tienen un acento extranjero, pues entre los miembros de las familias hablan en plautdietsch, una mezcla de varios idiomas, entre ellos alemán y holandés.

Precisamente son los más jóvenes, adolescentes, los que suelen encontrarse trabajando en los campos, conduciendo tractores o maquinaria para la siembra, y dirigiendo a los trabajadores que contratan, que según la comunidad sikuani, son venezolanos.

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En Liviney, la primera finca que establecieron en el Meta, se junta un número de familias difícil de descifrar y hay gasolinera, mercado campesino y restaurante, todos señalizados con carteles en inglés.

En esta comunidad todo es simétrico, ordenado y con la misma estética que recuerda a algunas series norteamericanas, desde las casas, hasta los graneros y caminos. A Liviney le siguieron otras colonias hasta llegar a cuatro en la actualidad que acumulan 33.000 hectáreas, según la Agencia Nacional de Tierras.

En las eternas hectáreas de campo en las que ya se encuentran contados árboles nativos o bosque, siembran soya, maíz, arroz y fríjol en un sistema de monocultivos con tecnología de punta y una infraestructura poco común en Colombia, transformando una tierra que no había sido productiva antes pero que ahora da toneladas de alimentos al año.

Por el momento, el mayor asentamiento está en el Meta, aunque ya están comprando tierras en el vecino departamento del Vichada, según los vecinos de la región.

Fotografía que muestra cultivos en una comunidad menonita el 16 de marzo de 2024 en Puerto Gaitán (Colombia). EFE/Mauricio Dueñas Castañeda

Daños en el ambiente

Sobre los incendios y la deforestación registrada en esta zona, los menonitas dicen que ellos no queman, no tumban el bosque.

Eso es lo que cuentan los sikuani, ya que hablar con algún representante de la comunidad religiosa fue imposible para los periodistas.

Aunque los actores presentes en la zona desmienten que deforesten, las llamas queman bosque cada vez más cerca de las casas indígenas del asentamiento de Barrulia. Al lado de esta última quema trabajan máquinas menonitas.

Las quemas y talas están haciendo emigrar a la fauna, lamentan los sikuani, quienes caza para alimentarse, además de acabar con su medicina tradicional, entre ellos el árbol de yopo, que ya casi no encuentran y sin el que los ancianos no pueden “emborracharse” para llevar a cabo sus ritos.

Por otro lado, las fuentes de agua -de las que beben y pescan los sikuani- también se están afectando porque acaban contaminadas por los pesticidas y abonos que se usan en las siembras.

De hecho, Cormacarena, autoridad ambiental del Meta, sancionó económicamente a los menonitas porque hicieron “un aprovechamiento indebido de los recursos naturales, sin contar con el permiso por la vereda La Cristalina, en Puerto Gaitán”.

En este contexto, los menonitas siguen ganando terreno en el Meta con el beneplácito de las autoridades locales, quienes celebran el progreso y los ingresos de estos agricultores sin poner demasiado en duda las prácticas usadas o a quienes dañan en el camino.

El Gobierno nacional ya ha puesto la mirada sobre esta problemática y se propuso ponerle un alto, aunque por el momento no se ha visto ningún avance, por lo que esta tierra prometida en el Meta se ha convertido en el paradigma del problema de la tierra en Colombia.