Fotografía de archivo (22/10/1956) captada durante su exilio en San Juan de Puerto Rico, del poeta Juan Ramón Jiménez y su esposa, Zenobia Camprubí. EFE/Archivo/ct

“Zenobia Camprubí se sintió libre en todo momento”, según la editora de su “Epistolario”

Alfredo Valenzuela I Sevilla, (EFE).- La escritora, traductora y lingüista Zenobia Camprubí (1887-1956) “se sintió libre en todo momento” a lo largo de su vida, la mayor parte de la cual transcurrió al lado de su esposo, el Premio Nobel Juan Ramón Jiménez, según ha dicho a EFE su biógrafa y editora de su “Epistolario”, la profesora Emilia Cortes Ibáñez.

Ella se consagró a Juan Ramón Jiménez y a su obra. Porque siempre entendió que era un genio y “él no la presionó nunca” en ese sentido. Según se deduce de los diarios y de las cartas de Zenobia Camprubí, cuyo tercer volumen, que supera el millar de páginas, con el título “Epistolario III. 1936-1951”, publicado por la Residencia de Estudiantes, la Diputación y la Universidad de Huelva y la sevillana Fundación Cajasol.

“Fue una persona enormemente generosa con todo el mundo, muy activa y con una enorme fuerza de voluntad; siempre estuvo inmersa en negocios y actividades, pero lo más gratificante para ella fue trabajar al lado de Juan Ramón Jiménez”, ha señalado la editora de esta tercera entrega del Epistolario que reúne, de este primer periodo del exilio, 572 cartas con 125 corresponsales de Europa y América.

“Zenobia dispuso que Juan Ramón se dedicara sólo a la creación y que ella se encargaría de todo lo demás”, unas tareas que se harían más exigentes en las circunstancias del exilio, cuando vivieron en Cuba, Miami, Washington y Maryland, época que se corresponde con estas cartas dirigidas a familiares, amigos, poetas, traductores y estudiosos de la obra del poeta onubense, entre otros.

Amor y genio

“Ella fue más colaboradora que secretaria, porque no solo mecanografía a diario lo que él escribía, sino que se ocupó del archivo, al que dedicó una habitación de cada casa que habitaron; y para trabajar se sentaban a cada lado de una misma mesa, como ella misma cuenta en estas cartas”, según Cortés Ibáñez.

“Hoy todo se critica desde parámetros que no son los de aquella época; de Zenobia se ha dicho que era su ‘enfermera’ o su ‘secretaria’ de manera displicente, lo que no se corresponde con la realidad porque ella lo amaba y porque era consciente de que él era un genio”, ha añadido.

En este tercer volumen del “Epistolario” -habrá un cuarto, con el que superarán las 4.000 páginas en total- tratan de los años de la Segunda Guerra Mundial y del primer periodo del exilio en América cuando, según su editora, “sienten que han salido de un infierno, de la España en Guerra, un sufrimiento que se agrava por haber dejado atrás a familia y amigos”.

Estas reflejan reflejan cómo entonces emprendieron una nueva vida que resultaba “un tanto flotante, porque se hallan fuera de su vida habitual, por un tiempo vivieron en un hotel con la consiguiente falta de intimidad; al llegar a La Habana mejoraron su situación y la llegada a Miami fue como un bálsamo para el alma de Juan Ramón, por un clima y una luz que se aproximaban a los de Andalucía”.

Una joya testimonial

Las cartas de Zenobia -descritas como “una joya” desde el punto de vista testimonial por Cortés Ibáñez- también dejan constancia de que “la de Washington fue la etapa del exilio más feliz para ella, la más sosegada y en las que se reencuentran con amigos de juventud; ella era muy sociable y allí pudo volver a serlo; además se sintió feliz porque Juan Ramón reinició su obra con más fuerza.

Como Zenobia Camprubí “siempre fue clara y directa y lo decía todo claramente”, sus cartas también son “una crónica social de primera mano, en la que detalla todo lo que vive y todo lo que siente, lo que ocurre a su alrededor y su relación y la de Juan Ramón Jiménez con España y sus gentes.

Fue una mujer “de una personalidad especial, peculiar, que nunca pasaba desapercibida y dejaba huella” y que afrontó la enorme soledad característica del exilio y tomó decisiones por ella misma y por su marido que, enfermo, además de sus padecimientos físicos caía en depresiones periódicas, y que trabajó de traductora y en la Universidad, a la que se desplazaba conduciendo su propio coche. EFE