Sonia González |
Madrid (EFE).- Yaiza Sanz relata que apenas tenía cuatro años cuando comenzó a sufrir abusos sexuales de un familiar. Hoy, con 34 y un largo proceso terapéutico, continúa lidiando con las secuelas de aquel trauma que tardó años en reconocer y que le llevó a culpabilizarse, pero que no ha denunciado porque recela de un posible juicio.
«Durante muchos años tenía ciertas conductas que no entendía. Sentía emociones muy intensas y ataques de ira que a mis amigas no les pasaba. Yo pensaba que lo que ocurría es que había algo malo en mí», relata la joven catalana en una entrevista a EFE, con motivo del Día Mundial para la Prevención del Abuso Sexual Infantil.
Pronto le comenzaron a aparecer imágenes poco claras de los abusos, acompañadas de sentimientos como la culpa, el asco y el rechazo al contacto físico. Mucho después, comprendió que lo que pasaba era que su cuerpo estaba en un «estado de alerta constante» como respuesta al trauma.
Los abusos, que se prolongaron hasta los nueve años, fueron perpetrados por su primo, quien, según confiesa Yaiza, le manipuló para mantener el silencio y le chantajeó con dejarle de querer si lo llegaba a explicar. «Durante muchos años aparece la culpa, porque, en parte, él te ha hecho cómplice de eso, y en realidad no lo eres», asegura la joven.

«Todo lo que estaba haciendo era proteger el amor, pero te culpas toda la vida porque piensas que tú permitiste o aceptaste que te hiciese eso. Pero, en realidad, es que anulan por completo tu capacidad de revelar el secreto», añade.
En 8 de cada 10 casos, la persona agresora es conocida
El último informe de Save the Children, que analiza sentencias judiciales y estudios recientes sobre abuso sexual infantil en España, revela que en 8 de cada 10 casos la persona agresora es conocida, en mayor o menor grado, por la víctima.
El entorno familiar continúa siendo el espacio más frecuente, concentrando el 41,8 % de los casos. Le sigue el entorno conocido no familiar, con un 38,7 %, mientras que los agresores desconocidos representan el 19,5 %. Esta última cifra muestra un ligero aumento respecto al periodo 2019-2020, cuando se situaba en un 16 %.
Dentro de la familia, las figuras que destacan son la pareja de la madre (11 %), el padre (8 %) y otros familiares (8 %). En el entorno conocido no familiar, el 75,2 % eran conocidos o amigos de la víctima, apunta el informe.

Detectar un posible caso de abuso sexual infantil resulta especialmente complejo, ya que no existe una «sintomatología concreta» y, en muchos casos, el niño o niña no comprende lo que está ocurriendo, apunta la psicóloga especializada en el ramo, Clàudia Filella.
Signos de alerta
Aun así, algunos signos de alerta pueden ser los problemas de sueño, el miedo generalizado, la ansiedad o tener agresividad inusual, aunque -subraya Filella- estas manifestaciones no siempre aparecen ni se expresan de la misma manera.
Según explica la psicóloga Filella, la rabia, la vergüenza o la culpa son algunas de las emociones que pueden aflorar una vez la persona toma conciencia del abuso. Sin embargo, advierte, no siempre se llega a recordar lo sucedido, ya que existen casos de víctimas que recuperan esos recuerdos a los 50, 60 o 70 años.
Precisamente, el Gobierno acaba de anunciar su propuesta para reformar la ley de Protección de la Infancia (Lopivi) con el objetivo de que la prescripción de los delitos de violencia sexual a menores empiece a contar desde que la víctima tenga 45 años y no 35, como ahora.
Cómo reconstruirse tras el trauma
Yaiza, que aún no sabe cómo ni por qué, rompió el “secreto” a los 18 años, frente a su madre. “Solo sé que mi cuerpo lo expulsó. Vomité palabras, porque no pude darles un sentido antes de decirlas”, recuerda.
“¿Hay algo peor que abusen de ti cuando eres una niña? Sí, todo lo que viene después”, añade Yaiza, quien agradece que sus padres creyeran en ella sin cuestionar su relato.
Durante una década, tanto ella como su familia intentaron actuar como si nada hubiese ocurrido, hasta que, a los 27 años, sintió de nuevo la necesidad de “vomitar las palabras” y decidió hacerlo público en una entrevista publicada en un canal de YouTube.
«Cuando decides contarlo, con toda la valentía y miedo que supone hacerlo, te encuentras con tanto juicio y con tantas puertas que se cierran… Ahí hay una segunda victimización», explica Yaiza, quien revela que actualmente no se habla con su familia materna.
El caso de Yaiza nunca se llegó a denunciar, aunque actualmente, confiesa que no se cierra a hacerlo algún día si se ve con fuerzas. Por ahora, sigue eligiendo cuidarse y proteger su verdad.
«No he denunciado aún porque no me da la gana que el sistema judicial le dé la razón, no me lo quiero permitir ni le quiero dar el gusto porque sé lo difícil y lo complejo que es demostrar lo que pasó hace 30 años», relata.
«Para mí, el mayor de todos los peligros es que siga en libertad y que sea padre, pero que encima, en mi cara, me puedan quitar la verdad, es lo último que nos queda a las supervivientes. No estoy dispuesta a ello», añade visiblemente afectada.
Actualmente, Yaiza se está formando para ser psicóloga y es la fundadora de Somos Estupendas, una empresa que ofrece servicios de psicoterapia tanto en línea como de forma presencial, un proyecto que nació motivado principalmente por su experiencia personal.
Aunque asegura que sí hay vida después del abuso sexual infantil, reconoce que gran parte de su existencia se ha construido “alrededor del trauma”. Por eso, explica, ahora se encuentra en un proceso de descubrimiento personal para entender quién es más allá de lo que vivió.
El testimonio de Yaiza sobre el abuso sexual infantil: «Pensaba que había algo malo en mí».
Sonia González