La actriz Cayetana Guillén Cuervo, protagoniza "Pandataria", una oda a la diversidad y a la tolerancia. EFE/Jero Morales

Nadie debería vivir en Pandataria, nadie debería parpadear ante “Pandataria”

Nadie debería vivir en la isla de Pandataria, ni tampoco nadie debería parpadear ante “Pandataria”, un espectáculo mayúsculo de dramaturgia, teatro y danza, posiblemente uno de los mejores de las últimas ediciones del festival de Mérida, en el que Cayetana Guillén Cuervo está soberbia.

Frente a Pandataria, hoy Ventotene, islote al que fueron enviados los infectados a ojos del totalitarismo, ya fuera en el Antiguo Imperio o en la época del fascismo italiano, está “Pandataria”, un espectáculo de danza y teatro de Chevi Muraday que es un grito de amor al prójimo, un canto a la diversidad y una oda al abrazo.

“Usted, sí usted, qué hace para que este mundo sea un espacio de tolerancia”. Es la pregunta que se lanza desde “Pandataria”, un islote cincelado en obra de teatro al que han sido enviados los que no cuadran con el totalitarismo, pero que resulta ser una tierra de libertades.

En el marco de una escenografía sencilla, pero brillante y sobria, que lleva el sello de David Picazo, Okuda San Miguel y el propio Muraday, aparece Cayetana Guillén Cuervo, una exiliada a ojos del Imperio, una apestada a criterios del fascismo.
Su interpretación es majestuosa, sus silencios saben a teatro, su caminar y sus movimientos llevan el sello de quien quiere decir y asentar su mensaje. Está soberbia. Lleva el sello y las huellas de sus progenitores… y el público lo ha agradecido. ¡Grande, Cayetana!.

La obra es un grito a la diferencia, al abrazo a los demás, a intentar entender la razones de los otros, y una invitación al espectador a que se pregunte “qué puede hacer para comprender al otro y abrazar su diferencia”.

“Pandataria” es una viaje multidisciplinar desde el Imperio romano hasta la Segunda Guerra Mundial, con un claro guiño hacia Ursula Hirschmann, activista judía que inició su lucha contra el fascismo en Ventotene, conocida como “Pandataria” en la Antigüedad.

Allí -esta noche en Mérida- la transgresión es el “leitmotiv” de sus ciudadanos a pesar de que en ella habitan los rechazados, los cuestionados por el sistema. “Nadie debería estar en esta tierra como un perro, nadie debería estar en Pandetaria”, grita Cayetana.

La obra, exigente donde las haya por ritmo, movimiento y sentido de vida, lleva el sello de Muraday, un bailarín y coreógrafo que da un máster de disciplina y buen hacer con este espectáculo que no permite al espectador parpadear. Si lo hace, algo se pierde. El espectáculo exige la máxima atención y premia a quienes desde su asiento son capaces de mover los ojos hacia todas las direcciones, escuchar cada una de las voces y disfrutar con el lenguaje corporal. El escenario es una paritorio de vidas distintas, de amores diversos y abrazos al prójimo.

Con un plasticidad que roza el lenguaje no hablado y una música (Mariano Marín) atenta a cada expresión -recuerda a la versión pausada de Kraftwerk-, la obra envuelve al que la contempla y señala el camino del mensaje de “Pandataria”.
“Si no tengo amor, no soy nadie; no somos nadie”, exclama la isla, afirma Pandataria, grita Cayetana. Sin teatro, danza y artes escénicas, no hay libertad, exclama la cultura. (Alberto Santacruz)