Abderramán (i) y Nassir se despiertan junto a otros sudaneses bajo el puente Mohamed V, donde duermen, en Oujda. Esta ciudad marroquí es la puerta de entrada de los migrantes desde Argelia en su camino hacia el sueño europeo. EFE/ Mohamed Siali

Oujda, la puerta a Marruecos en busca de El Dorado europeo

María Traspaderne y Mohamed Siali

Oujda (Marruecos)(EFE).- En una calle de la ciudad marroquí de Oujda, veinte chicos miran entre la desconfianza, la curiosidad y el miedo. Acaban de cruzar la frontera argelina. Huyeron de Sudán para perseguir El Dorado europeo.

Cae la tarde, ardiente, del segundo día de la fiesta del cordero, la más importante del calendario musulmán, y la medina (casco antiguo) de Oujda -la ciudad más al noreste de Marruecos, a cuatro kilómetros de la frontera argelina- está casi vacía.

Entre los pocos que pasean, una pareja. “Esos son los que han provocado la guerra”, le dice él a ella señalando a los sudaneses, comunidad protagonista del último cruce mortal a Melilla que ha puesto a su nacionalidad en las portadas. Al rato, otro hombre aparece con una enorme bolsa llena de botellas de agua fría para repartir.

Los recién llegados duermen en la calle y con algo de suerte en los pasillos de una casa que les deja un marroquí. Algunos llegaron hace un día a Marruecos, otros hace tres, los hay que llevan una semana o dos. Son jóvenes, adolescentes.

Marruecos es su última etapa en el viaje hacia Europa, después de recorrer 5.000 kilómetros por dos vías: atravesando Libia o por Chad y Níger. La última frontera, de Argelia, la cruzaron de madrugada con o sin ayuda de los “passeurs” (traficantes), a los que pagan entre 150 y 300 euros, explican.

Todos comparten un sueño y una pesadilla. El sueño: España. La pesadilla: Libia. En este país magrebí, coinciden, pasaron los peores momento de una ruta ya de por sí penosa.

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Un grupo de sudaneses, recién llegados a la ciudad marroquí de Oujda tras cruzar clandestinamente la frontera de Argelia. EFE/ Mohamed Siali

Ahmed, de 15 años, que lleva una semana en Marruecos, describe celdas inhumanas con 700 personas y cómo sólo se podía salir sobornando a los guardias.

Su compañero Ibrahim, un año mayor, con largo pelo rizado tapado a medias con un gorro de lana y que llegó a Marruecos hace tres días, agita la cabeza y sentencia: “La mía es una historia muy larga”.

– Tenemos tiempo.

– Me vendieron.

Le vendieron, dice, a otra prisión libia y tuvo que pagar 1.000 euros para salir, gracias a su familia y amigos. Entonces decidió que tenía que abandonar el país.

El infierno libio es una de las razones que empujan a los sudaneses a continuar su camino hacia Marruecos y no seguir intentando llegar a Europa por mar desde allí. Les era más fácil ganarse la vida en Libia, dicen, pero no se sentían seguros. Y a muchos, como Ahmed, los detuvieron a bordo de una patera.

Otro factor, cuenta a Efe Youssef Chemlal, de la asociación Ayuda a Migrantes en Situación Vulnerable (AMSV) de Oujda, es la política de devolución argelina, que detiene masivamente a migrantes en el norte y los traslada al sur hasta Níger y Mali.

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La realidad es que la comunidad sudanesa en Oujda ha crecido de manera exponencial. Hace dos años, prácticamente no había personas de esta nacionalidad. Según la AMSV, entre 3.500 y 4.000 han llegado desde agosto de 2021 y ahora hay alrededor de 60 en las calles (hace unos meses había 400).

Acnur empezó a recibir solicitantes de asilo sudaneses en junio de 2021 y tiene registrados 1.300 desde entonces (150 con el estatus de refugiado concedido).

Del puente a la medina

Hasta hace un mes, los sudaneses vivían debajo de un enorme puente de Oujda, sobre un cauce seco repleto de basura. La mayoría se fue a la medina después de un incidente, cuentan, con un marroquí que intentó robarles. La policía les echó. Pero algunos siguen durmiendo allí porque se sienten más seguros.

Sobre uno de sus pilares, en un hueco desde donde da vértigo asomarse, se desperezan cinco chicos, ajenos al ruido del tráfico y al olor, alertados por el ladrido de los perros que duermen en el lecho del río sin agua.

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Nassir (i) y un compatriota sudanés se despiertan en el hueco del puente Mohamed V de Oujda, donde duermen. EFE/ Mohamed Siali

Entre ellos están Nassir y Abderramán, de 18 años los dos, que llevan un año ya en Marruecos. El segundo estuvo en el intento de cruce de Melilla en el que murieron 23 compatriotas, desde donde las autoridades marroquíes le llevaron a Chichaoua, a 900 kilómetros, dentro de su política de dispersión.

“Ni los animales actúan con esa violencia”, dice Abderramán, recordando la actuación policial.

“Los españoles, aunque son cristianos y no conocen el Islam, no pegan así. Te entregan a los marroquíes, pero no te pegan”, añade.

Afirma, como muchos otros, que entró en Melilla y fue devuelto a Marruecos por los agentes españoles

Frontera mortal

Pero no solo la valla o el mar se convierten a veces en el final del camino. La frontera entre Argelia y Marruecos también. Para franquearla, hay que esquivar a las autoridades de ambos países, trepar una valla y cruzar un foso de cuatro metros. Entre 100 y 150 personas entran cada mes en Oujda, calcula la AMSV.

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Rached Musa, sudanés de 20 años, posa en el bosque de Sidi Maafa, en Oujda, adonde llegó hace dos semanas nada más cruzar la frontera argelina. Se hirió un pie cruzando y luego caminó tres días solo por el bosque. Era la segunda vez que lo intentaba. EFE/ María Traspaderne

Es peligroso, sobre todo, si no pagas a los traficantes, coinciden los migrantes, y vas a tu aire, o guiado por algún compañero que ya lo ha intentado otras veces. Los “passeurs” conocen los mejores caminos e incluso usan túneles.

Rached Musa, sudanés de 20 años, se hirió un pie cruzando hace dos semanas y luego caminó tres días solo por el bosque. Iba con siete personas y detuvieron a los demás. Era la segunda vez que lo intentaba, la primera lo arrestaron en Argelia y llevaron hasta la frontera con Níger, explica al atardecer mirando hacia la frontera.

– Y después de ver los muertos en Melilla, ¿no tienes miedo?

– No. Si sigo aquí, voy a morir; si sigo adelante, voy a morir; pero necesito llegar a Europa para encontrar trabajo.